Desde tiempos antiguos, Albacete se ha definido como cruce de caminos, como lugar de encuentro en las rutas entre Andalucía y Levante, entre la meseta y el litoral. También se describe como punto ideal de partida para descubrir las bellezas próximas: los castillos que salpican La Mancha; la naturaleza intacta de las sierras del Segura y de Alcaraz, el campo de Montiel o las lagunas de Ruidera; las huellas del pasado, como los vestigios neolíticos de Hellín, el mudéjar de Ayna, el gótico de Yeste o el renacimiento de Vandelvira.
Pero tantos caminos que la cruzan y tantos destinos que la señalan como origen, tal vez hacen olvidar que esta ciudad tiene mucho que ofrecer, que sus calles y parques merecen ser recorridos con calma y que, como los cazadores de tesoros en los mercadillos, hay que rebuscar para descubrir sus secretos. A eso se han dedicado millones de visitantes a través de los siglos, que se han visto seducidos por los ocultos encantos de esta ciudad.
Un feria tricentenaria
Buen ejemplo de ello es la atracción que ejerce su Feria, que desde hace casi 300 años tiene lugar en septiembre, del 7 al 17. Declarada Fiesta de Interés Turístico Nacional y firme candidata a la categoría internacional, reúne cada año lo mejor de la cultura, el toreo, la música y la fiesta en torno a decenas de actividades.
Actos culturales, deportivos, sociales. Desde degustaciones culinarias hasta presentaciones de libros, campeonatos de ajedrez y torneos internacionales de tenis, rutas de tapas típicas, conciertos de bandas musicales, folclore de todo el mundo, jornadas culturales, tardes taurinas, teatro, batallas de flores, exposiciones, recitales poéticos, concursos, bailes, conciertos, verbenas, mercadillos, certámenes, exhibiciones… Y por si faltara algo, también un trasfondo religioso, ya que no en vano la Virgen de los Llanos, patrona de Albacete desde hace más de 50 años, preside la Feria y es la protagonista de la Cabalgata de Apertura, uno de los actos más emotivos, en el que se entremezclan pasos de moros, manchegas con el atuendo regional, peñas acompañados por bandas musicales y carrozas, concluyendo con una espectacular suelta de palomas.
Hay quienes hablan de la Feria remontándose a sus orígenes en tiempos de Felipe V, o incluso antes, en el siglo XV, cuando empezó la actividad comercial en la ciudad, entonces un villorrio. Otros prefieren referirse a ella como la fiesta de los mojitos, el jamón, el queso y el buen vino manchego, como el lugar que nunca duerme y que ofrece excelentes atracciones musicales. Para algunos es, ante todo, una feria taurina de las mejores, con grandes diestros y toros de las mejores ganaderías; los intelectuales valoran en cambio su atractiva propuesta cultural: exposiciones, conciertos, muestras de artesanía.
Un Albacete secreto
Al contrario que otras ciudades construidas entre colinas o en lo alto de las montañas, Albacete es llana, y así la bautizaron sus antiguos pobladores los árabes: Al-Basit (El Llano).
El Pasaje de Lodares es apenas visible desde sus entradas por la calle Mayor o la del Tinte, cuando se penetra en él se descubre su espectacular arquitectura renacentista -aunque creada a comienzos del siglo XX- , sus retorcidos balcones de forja, sus elaboradas cornisas, sus estatuas y, sobre todo, esa luz tamizada que proyecta su techo acristalado, en las galerías comerciales decimonónicas.
La catedral de San Juan Bautista es de las pocas construcciones que se eleva ligeramente sobre el plano trazado de la ciudad. Obra de concepción gótica pero que mezcla diferentes estilos. Su prolongado periodo de construcción, a lo largo de cuatrocientos años, ha dado como resultado una capilla gótica, cuatro columnas renacentistas, elementos barrocos y una portada neogótica.
Para que no falte nada, en 1958 los muros se cubrieron con pinturas de dudoso gusto del padre Escrivá. En el lado del evangelio se halla la capilla de la Virgen de los Llanos, patrona de Albacete, con bóveda de crucería. Alberga esta capilla un retablo renacentista con seis tablas del llamado Maestro de Albacete, pintor relacionado con el círculo de Hernando Yáñez de la Almedina.
El resto de capillas se cubren con bóvedas estrelladas góticas. Sobresale también la sacristía (siglo XVI) con decoración de grisallas.
La arquitectura religiosa de Albacete también se muestra en el antiguo monasterio de la Encarnación (s. XVI), hoy centro cultural, que conserva un artesonado de casetones octogonales y el claustro de dos cuerpos con arcos. La iglesia de la Purísima Concepción (siglo XVI) conserva escasos restos de su primitiva fábrica. La portada, por ejemplo, pertenece al siglo XVIII. En el interior hay capillas laterales y bóveda de arista. En el presbiterio se alza un magnífico retablo (siglo XVIII) churrigueresco con columnas salomónicas y ático semicircular.
Arquitectura popular
El recorrido por el centro histórico lleva a la Posada del Rosario, actual Oficina de Turismo, biblioteca y centro de exposiciones, en la que se puede descubrir la mezcla de estilos gótico, mudéjar y renacentista. Presenta bellos artesonados de madera, portada de arco de medio punto en piedra y patio de columnas. El conjunto es Monumento histórico-artístico Nacional, ya que constituye una buena muestra de este tipo de alojamiento, al más puro estilo castellano, que abundaba antaño por toda La Mancha. Cerca, en la calle Tejares, se encuentran viviendas típicas de Albacete. La Casa de los Picos y la Casona Perona cuentan con fachadas blasonadas, lo que da una idea de la alta alcurnia de sus primeros moradores.
El siglo XX, que aportó a la ciudad progreso y modernidad, también causó muchos males a su arquitectura. Sin embargo, de este periodo quedan obras destacables, como el palacio de la Diputación (siglo XIX), de estilo ecléctico; el edificio del Banco Español de Crédito (1922), la Caja de Valencia (1926), el colegio Notarial (1925), la plaza de toros (1917), la casa de las Flores (1916) y las casas de Cabot (1922). Una curiosa visita es la de los refugios antiaéreos empleados por la población durante la Guerra Civil.
Para solaz del cuerpo, un tranquilo paseo a la sombra de los árboles del Parque de Abelardo Sánchez, el Paseo de la Cuba, los Jardinillos de la Feria, la Pulgosa o el Parque de la Fiesta del Árbol, donde con frecuencia se encuentran albaceteños jugando a las bochas, parecido a la petanca. Y para estimular el espíritu, vale la pena visitar el Museo Provincial de Albacete, con sus excepcionales colecciones de Arqueología, Bellas Artes y Etnología, y conocer el único Museo de la Cuchillería que muestra una de las industrias artesanas que más han caracterizado a esta ciudad.
Como espacios naturales ofrece los Montes de Chinchilla, el Parque Natural Lagunas de Ruidera y la Sierra de Alcaraz. También el Valle del Júcar, donde se encuentran pueblos de fuerte sabor manchego entre robledales y campos de labor. Al Este se encuentran los Campos de Montiel y al Sureste, en Hellín y Tobarra, un sitio arqueológico de los más importantes de Castilla La Mancha: el Tolmo de Minateda.
Manjares de la tierra
Ya sea en la capital o en las localidades próximas hay que disfrutar de la rica y variada cocina albaceteña. La gastronomía de la provincia de Albacete sorprende por su variedad. En ella se dan cita numerosas carnes, una buena oferta de pescados del Mediterráneo, hortalizas y verduras, y magníficas frutas, que hacen las delicias de todos los paladares.
La carne de caza puede prepararse de más de treinta formas distintas: a la cazadora, a la colirón, a lo duque, con col, en escabeche, etc. Hay una gran variedad de guisos para preparar liebre, perdiz, conejo. El cordero segureño, que se produce en la confluencia de la provincia con Murcia y Andalucía, es el más sabroso y el mejor de España; el cerdo y las aves de granja también están presentes, dentro de una cocina de platos fuertes. El cordero asado, la paletilla de cabrito o los gazpachos manchegos, elaborados con caza, aportan las calorías necesarias para hacer frente a los rigores invernales.
Además de los pescados mediterráneos, las corrientes fluviales aportan a su cocina otros pescados: truchas, carpas, lucios y cangrejos, son pescados y llevan consigo todo el sabor y frescura de esta agua. El bacalao completa la oferta pesquera.
Entre los platos típicos, destacan el ajo pringue o de ‘mataero’, muy consumido durante el ancestral rito de la matanza del cerdo; gachas, migas, atascaburras o mojes de tomate. El queso manchego, cortado en triángulos isósceles, se consume como tapa, pero también puede tomarse frito. Con setas y espárragos se elaboran recetas con sabor de campo.
La oferta repostera de Albacete también es muy variada, destacando los dulces elaborados en monasterios, como las tradicionales flores manchegas, los suspiros, los conocidos Miguelitos de la Roda, las natillas pestiñadas o los bollos de mosto. En la provincia pueden encontrarse las Denominaciones de Origen La Mancha, Almansa, y recientemente la otorgada a los vinos de pago Finca de Elez. No hay que marcharse de la región sin haber probado la cuerva, bebida típica albaceteña, compuesta de agua, azúcar, limón y vino.
Albacete resulta pues una experiencia única, digna de vivirse.
Más información: Turismo de Albacete