«If you ever plan to motor west take the highway that’s the best» decía Bobby Troup en su famosa y emblemática canción Route 66, dedicada a la autopista más legendaria de los Estados Unidos, la antigua 66. Esta ruta, llegó hasta la ciudad de Albuquerque en 1926, y con ella los primeros viajeros que se asombraron con esta bella urbe del Estado de Nuevo México.
Albuquerque fue fundada en 1706 por el Gobernador de esas provincias dependientes de la Nueva España, Francisco Cuervo y Valdez, que le puso el nombre con el fin de honrar al que fuera virrey entre 1702 y 1710, el Duque de Alburquerque, aunque la primera «r» se perdió con el idioma inglés, más sigue usándose en el buen español.
La ciudad, es una de las más antiguas de los Estados Unidos y su viejo pueblo fue construido en la forma clásica de aquella época, dejando una plaza al centro, rodeada de caseríos, edificios gubernamentales y por supuesto una iglesia, en este caso la de San Felipe de Neri, impresionante construcción que se alza en esta zona otrora olvidada y actualmente recuperada para orgullo de los locales y fortuna de los visitantes.
A más de 5,000 pies de altura, es la ciudad más alta; también la más grande del estado; y no sólo ostenta ese récord, sino el del teleférico más largo de EUA y ¡sorpresa! el contar con los mejores chiles verdes que se pueden encontrar.
Esta población ha tenido a través de la historia de la Unión Americana una destacada participación, siendo ocupada durante la guerra de secesión por las fuerzas confederadas, que defendieron la ciudad al mando del general Henry Sibley en 1862.
El llamado Nuevo Alburquerque nació con el establecimiento de la estación del ferrocarril de la línea Atchinson-Topeka-Santa Fé, que con el fin de evitar atravesar el pueblo, se situó al lado este de la plaza, a unos cuantos kilómetros, creándose así esta división de «pueblo nuevo y pueblo viejo». Lo que es cierto es que el nuevo lado tuvo un marcado desarrollo hacia el este, próspero y notable, que hasta la fecha se nota, sin que eso le reste al lado antiguo en absoluto la belleza histórica que su estilo colonial ha plasmado en sus calles y que le dan un toque nostálgico.
Con dicho crecimiento, las dos partes de la ciudad se unieron por tranvía y parecieron una. Pero todo ello es historia y Albuquerque hoy tiene mucho más. Actualmente, la ciudad es cruzada -en el sentido más estricto de la palabra- por dos grandes autopistas: la ruta 25 de Norte a Sur -desde Colorado hasta Texas– y la 40 de Este a Oeste, desde el límite con Texas hasta Arizona, siguiendo un trayecto muy similar al de la vieja ruta 66, que puede recorrerse en un tramo al visitar Albuquerque.
Parte del folklore de visitar esta urbe está en el atractivo decorado de la intersección de estas dos vías, ya que los puentes y las paredes y empalmes de los mismos, que hacen la distribución vial en el centro de la ciudad, a sólo unas cuadras del «pueblo viejo», lucen colores pastel como el rosa, turquesa y arena, además de motivos indígenas, que es otro de los valores de esta metrópoli americana, especialmente notable en el suroeste de la misma, que al fin y al cabo con su estirpe primigénea, le ha heredado a su entorno conurbado parte de su sabor y tradición.
Mencionamos ya los valores que la cultura indígena ostenta en esta ciudad, y esto queda asentado, sobre todo, en el Centro Cultural del Pueblo Indígena, al norte de la zona antigua, conteniendo toda la historia de los indios pueblo, con presentaciones de sus principales manifestaciones culturales, además de información acerca de otras tribus autóctonas de la zona. De hecho, en abril se lleva a cabo anualmente, por parte de la Universidad de Nuevo México la «Reunión de las Naciones», que se conoce como el powwow Indígena Nativo Americano más grande de Norteamérica.
Y si es por cultura, la ciudad no para; atracciones como el jardín Botánico Río Grande, el Museo de Historia Natural y de Ciencias de Albuquerque, el Acuario -que muestra la riqueza biótica acuática desde Las montañas Rocallosas hasta el golfo de México– y otros mucho más especializados como el Museo de la serpiente de cascabel, el Museo de la turquesa, el del petroglifo, al oeste de la ciudad, y el Museo Nacional Atómico, demuestran que Albuquerque tiene mucho qué ver y aprender.
Pero algo es cierto, Albuquerque es diversión de altura, y si lo dudan, no deben faltar en la primera semana de octubre a la Fiesta Internacional de los Globos Aerostáticos, el evento más importante del mundo dedicado a este tipo de objetos voladores, mismo que atrae pilotos de los confines más recónditos del mundo, que aprovechando la posición geográfica y las ventajas atmosféricas de la ciudad, surcan sus cielos en una exhibición que pinta de abigarradas formas el azul del cielo y es una experiencia difícil de platicar si no se vive. El festival trae consigo eventos como el concurso de globos inflados de gas y los globos de resplandor, ambos sumamente atractivos y diferentes.
Otra muestra de que la ciudad se disfruta a todo lo alto es el Teleférico de Pico Sandía, que en un trayecto de 4 y medio kilómetros, te lleva hasta la cumbre de ésta, una de las montañas circundantes a la población.
Albuquerque, se encuentra asentada sobre una meseta y rodeada hacia el este de las ya mencionadas montañas Sandía; por el oeste está el Río Grande, atravesando su canal que da lugar a barrancas que dominan toda la ciudad.
¿Algo más? A poco más de una hora se encuentra Acoma, un sitio de verdad interesante, conocido también como el «Pueblo del cielo», una villa indígena que lleva mil años de continua habitación, a la que hay recorridos guiados.
Santa Fé, a similar distancia pero hacia el norte, es otra opción y casi una obligación para el buen viajero, ya que es la capital del estado y su arquitectura con base de adobe y las ricas artesanías que mezclan la vertiente indígena con el arte plástico español, en verdad la hacen un atractivo.
Además, la ciudad ofrece un centro de esquí del mayor nivel mundial, frecuentado por quienes gustan de los deportes de invierno, aunque hay que decir que Albuquerque en general, a lo largo del año tiene un clima templado, comúnmente de cielos azules, aunque la poca nieve que cae durante el invierno y la altura de la zona, logran este ambivalente entorno.
Para llegar a Albuquerque por aire, está el Aeropuerto Internacional Sunport Albuquerque, al sur del centro de la ciudad; también hay autobuses y existe el Amtrak, que son trenes de pasajeros que va, emulando a la Route 66 «from Chicago to L.A.»
Hay muchas posibilidades para hospedarse, desde accesibles posadas sobre la 25 y la 40, hasta hoteles de clase, cerca de la intersección de los puentes en el centro y la no muy extensa zona de rascacielos.
Albuquerque tiene más de lo que muchos imaginan; es un lugar enclavado en el corazón de Norteamérica -y de los norteamericanos- y no podía dejar de ser una meca para el turismo.
Más información: Visit Albuquerque