Lo escuché entrar desde el pasillo de flores que rodea el jardín. Pasó de largo por la fuente de piedra hasta llegar al balcón, donde yo limpiaba el fino y brillante mosaico de colores negro y blanco. Dejaba sentir su presencia con ese aire de autoridad que lo caracterizaba. Nunca voltee. Mi patrón, Don Maximiliano, no dejaba ver su rostro, decía que era una falta de respeto. Nunca lo ví en los dos años y medio que trabajé en el Alcázar del Castillo de Chapultepec, de octubre de 1863 hasta marzo de 1866.
Para no sentir su desprecio, ponía toda mi atención en mantener cada rincón reluciente. Era fácil, no es que el trabajo fuera agradable, pero el lugar inspiraba, atrapaba entre sus firmes e imponentes paredes y amplios balcones.
El jardín era hermoso a los ojos de cualquiera. Muchas veces sorprendí a las visitas con la mirada perdida en él: parecían dormir despiertos. Mis patrones aprovechaban esos instantes para observarlos a sus espaldas. Eso le pasó a un tal señor Riva Palacio, lo atendí en varias ocasiones. En el Castillo decían que era buen amigo de mi patrón. Siempre los ví discutir y beber.
En las columnas recuerdo haber tenido las mejores siestas; varias veces las tomé a hurtadillas, nunca me caí, sus bordes parecían sostenerme. Las miraba, de arriba hacia abajo, como si se tratara de una persona. Al hacerlo me imaginaba al patrón, sólo que las columnas medían tres metros y nunca les temí.
Chapultepec, el custodio
Marcelina, la cocinera, decía que antes de tomar este puesto limpiaba el Alcázar, pero lo abandonó. Según ella, había un fantasma: decía que a veces sentía cómo una sombra la tapaba mientras fregaba los pisos. Yo siempre le dije que era el patrón, pues eso era: un fantasma que se paseaba por los pasillos y el jardín, pensativo y malhumorado.
En las reuniones, Don Maximiliano no se cansaba de presumir cada rincón de la casa, las 19 recámaras y su vista al inmenso bosque llamado Chapultepec. Él decía que todo el castillo y el jardín que le rodeaba, medían 310 mil metros cuadrados. Era enorme, con razón era tanto trabajo.
Aires de libertad
Un día logré meterme al cuarto de los patrones, sólo para respirar y sentir ese aire fresco, sentirme libre. Ese atrevimiento me costó el trabajo. Pero, valió la pena.
Después me encontré a Marcelina en el mercado, me platicó que un día la patrona se fue y no regresó. Más tarde sabría que don Maximiliano fue fusilado en Querétaro y doña Carlota se volvió loca y fue encerrada.
Algunas veces sueño que vuelvo a limpiar los pisos del Alcázar, que puedo oler las flores que rodean el jardín. Sueño con regresar…