Cada amanecer del 21 de junio, las ruinas altiplánicas de Tiwanaku dan lugar a un ritual que por siglos ha perdurado en Sudamérica. Es el Año Nuevo Aymara. Un acontecimiento que reúne tradiciones, culturas y la cosmovisión de los pueblos indígenas andinos que se niegan a morir.
Son las 4 de la mañana del 21 de junio y el frío cala hondo en cada hueso. Aunque no hay un termómetro a mano, fácilmente deben hacer 10º bajo cero.
Ninguna novedad para quienes han vivido toda su vida en el altiplano boliviano bajo condiciones climáticas extremas, con un calor agobiante de día y un frío aterrador por la noche.
Pero quienes se presentan por primera vez por estas planicies haciendo la vigilia de un nuevo año Aymara, seguramente se estarán preguntando cómo los ancestros de los 800 habitantes del pueblo de Tiwanaku pudieron establecerse desde tiempos remotos en estos terrenos a casi 4 mil metros de altitud.
Y es que a estas horas de la madrugada, la fiesta parece ser por momentos un sufrimiento antes que un placer para quienes no tienen más que el estrellado cielo donde albergarse, especialmente si se piensa que se podría estar durmiendo en un hotel de La Paz, distante a 70 kilómetros para viajar muy temprano en la mañana a disfrutar de la protocolar ceremonia.
Pero alguien debe contar la historia completa de esta fiesta y esos son los valientes de todo el mundo que no dormirán, pasando en vela, la que se dice, es la noche más fría del año por estos lares para entender a cabalidad de qué se trata esta ceremonia que por siglos ha perdurado en Tiwanaku, una civilización más antigua incluso que el vasto imperio Inca.
Dado el penetrante frío, la fiesta del año nuevo Aymará ha sido siempre una fiesta familiar, en la que las personas se reúnen y se aprietan alrededor del fuego a esperar el renacimiento de la vida. He ahí el sentido de esta vigilia, que por ahora invita a cobijarse en el centro del pueblo donde se desarrolla la fiesta, buscando calor humano ya sea entre medio de la multitud, junto al escenario, donde se despliega el espectáculo, o junto alguna fogata, donde todos son bienvenidos, mientras se comparte un mismo anhelo al mirar al horizonte: Que salga pronto el sol.
El gran invitado de esta jornada, el protagonista de la fiesta, el mismo que fue esperado por los tiwanacotas y posteriormente por los aymarás, quienes celebraron y esperaron toda la noche que el primer rayo del Dios Sol iluminara el día más corto del año, en cuanto a luz solar se refiere, para dar inicio a un nuevo ciclo.
Y aunque el primer destello parece por ahora lejano, sobretodo si se entiende que el año nuevo Aymará coincide con el solsticio de invierno en el hemisferio sur, a eso de las 5:00 am, la multitud empieza su peregrinar hacia las ruinas de Tiwanaku para tomar palco de una de las fiestas más significativas de los pueblos originarios de Sudamérica.
Un poco de historia del Año Nuevo Aymará
Mientras la noche comienza lentamente a retroceder, cientos de personas suben hasta la cumbre de la colina adyacente a las ruinas, para obtener la mejor vista de la ceremonia próxima a empezar.
El extenso altiplano boliviano va despertando y con ello se van descubriendo las ruinas de la misteriosa civilización que aquí existió.
Y es que poco se sabe de Tiwanaku. Se ignora incluso cuál fue su verdadero nombre, de modo que se le asignó el del pueblecito que se fundó a su lado.
La falta de información sobre este místico estado indígena ha hecho surgir una serie de leyendas sobre sus orígenes como aquella que dice que Tiwanaku habría sido edificada en una sola noche por una raza de gigantes hace mil años, mientras otros hablan de un origen extraterrestre.
Con el correr del tiempo conclusiones arqueológicas han establecido una gran verdad. Tiwanaku fue uno de los estados más influyentes de la cuenca andina sudamericana. Un imperio, que durante su existencia, entre los siglos III y XII d.C, subyugó en base a su ideología a diversos pueblos nativos desde Cuzco hasta Jujuy, transmitiendo su organización política y cultural a distintas etnias que se desarrollarían luego en la zona.
La capital y centro ceremonial de este pueblo se ubicó precisamente en las ruinas que hoy nos reúnen. Una ciudad que llegó a cubrir 6 km² y tuvo hasta 40.000 habitantes, quienes basaban su vida en un profundo vínculo con la naturaleza y el universo, el cual, aseguraban, mantenía bajo control absoluto el orden de la vida en el planeta.
En este punto los chamanes, conocidos como amautas, jugaron un papel muy importante, pues eran quienes, gracias a potentes alucinógenos naturales, podían hablar con la Madre Tierra y el Dios Sol, determinando la fecha precisa en su calendario para comenzar la siembra, iniciar las cosechas o saber cuándo era el momento exacto para esquilar al animal.
De todas las celebraciones que existían con estos propósitos, la de mayor relevancia era aquella que conmemoraba y agradecía la fusión de la tierra con el universo, provocando el renacimiento de la naturaleza.
Este nuevo ciclo empieza y se celebra cada 21 de junio, cuando los primeros rayos del sol dan inicio al reordenamiento de la tierra y con ello a las diversas faenas agrícolas y ganaderas.
Pero tal como surgió, Tiwanaku desapareció misteriosamente a partir de 1200.
Con la caída de esta civilización, la ciudad fue abandonada y su vasto reino quedó fragmentado en docenas de etnias independientes entre los que destacan los Collas, Aricas, Picas y Atacamas.
Fue entonces cuando venido desde el norte del altiplano apareció el pueblo Aymara para comenzar a adueñarse de las tierras y dominar los pueblos de la cuenca del Titicaca, estableciendo la capital de su estado en la ciudad de Tiwanaku para luego expandir su red de influencias a las culturas del sur de Perú y el norte de Chile. Una influencia que se ha mantenido hasta hoy, cuando la población Aymara en estos tres países asciende a poco más de 2.000.000 de personas, quienes creen, según su calendario, que el mundo se encuentra en el año 5.518.
La relación entre hombre, naturaleza y cosmos fue una de las ideologías de Tiwanaku que los Aymaras se encargaron de traspasar y mantener vivo entre sus estados subordinados, quienes, de esta forma, heredaron esta particular visión de la vida.
Comienza la Fiesta Aymara
Cuando quedan pocos minutos para que el sol se asome en un nuevo 21 de junio, unas 30 mil personas han llegado hasta las ruinas de Tiwanaku para ser testigos de cómo se celebra en la actualidad el inicio de un machaq mara, año nuevo en aymara.
La multitud abarrota los alrededores de la antigua capital del imperio. Es lo más cerca que el pueblo podrá estar de la ceremonia oficial, pues más allá del cordón de seguridad, se encuentran las ruinas, donde los máximos sacerdotes Aymaras, los chamanes de hoy en día, encabezarán la primera parte de la celebración, que consta de distintas fases que se irán desarrollando en los templos orientados hacia los puntos de salida del sol y de la luna.
Periodistas y fotógrafos acreditados de todo el mundo reflejan la importancia internacional que se le da a esta ceremonia, la cual se tiñe de colores gracias a los llamativos aguayos, chullos y ponchos que denotan el excelente trabajo de telar de las comunidades indígenas presentes, quienes se han preparado durante todo el año para venerar la salida del sol danzando sus bailes típicos y tocando alegres tonadas.
A eso de las 7 am, los chamanes rompen el silencio protocolar e inician la ceremonia en el templo de Kalasasaya que venera al Dios Sol, expresando sus primeras palabras de bienvenida y agradecimiento al astro rey, junto al monolito Ponce que representa a un Chamán con su tableta de alucinógenos.
Tras este acto sin público, los sacerdotes aymarás vuelven al área ceremonial donde, arriba de una plataforma de sacrificios, comienzan un rito ancestral que consiste en bailar en círculos, mientras queman simbólicamente todo aquello negativo que deja el año y elevan plegarias de esperanzas para este nuevo período.
Es entonces cuando el primer rayo de sol se digna a salir. Es el momento más esperado por la multitud que concentra su interés en la Puerta del Sol, el más célebre de los monumentos de la cultura Tiwanaku.
Las oraciones dan paso a la fiesta. Ocasión en que la gente puede ingresar a las ruinas. La música de zampoñas, quenas y tambores de cuero de alpaca se toma Tiwanaku, mientras la tricolor bandera Aymará flamea entre bailes y cantos.
Es una excelente oportunidad para conocer los templos del antiguo reino que no por nada fue declarado por la Unesco Patrimonio Cultural de la Humanidad en 2000, como el Templo de Puma Punku o el llamado Templete Semisubterráneo.
El 21 de junio, cada una de estas imponentes obras recibe a miles de visitantes, quienes junto con conocer los misterios de Tiwanaku, celebran la bendición del Dios Sol para un próspero año nuevo entre los pueblos autóctonos de los andes sudamericanos.
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