Comenzando el Siglo XX todo era sorpresa; fue una centuria llena de cambios, de desarrollo y de magia. Entre todo este mundo de sueños el ferrocarril era uno de ellos.
Subir al pulman y viajar en primera clase, atendido como en el mejor de los hoteles del mundo era una aspiración para pocos accesible aunque para algunos cotidiana, entre ellos Don Porfirio Díaz, para quien un viaje recurrente era visitar Chapala por tren y a veces desviarse a la hacienda de Atequiza, donde siempre fue un invitado de honor.
La estación de trenes de Chapala respondía cabalmente a los lujos y al estilo afrancesado que en la época eran la última moda entre los pudientes. Viajar a Chapala entre sofás de terciopelo y encortinados de brocado, escuchando la música de moda en París, para llegar a la lejana Chapala y hospedarse en el exclusivo Hotel Nido era muy “chic” entre los recién casados tapatíos de aquel entonces.
Fue comenzada a construir en 1917 bajo las órdenes del noruego Christian Schjetnan con un diseño ecléctico afrancesado de su vecino y amigo, el Arquitecto Guillermo de Alba. Ambos siempre soñaron en un futuro brillante para la villa de Chapala y lo reflejaron en el edificio que en sus inicios pareció ser demasiado grande y ostentoso para el tamaño de la Chapala de aquel entonces. La estación fue terminada en 1920, comenzando a dar servicio diario a Guadalajara el 8 de abril.
Con dos máquinas, tres carros de primera y tres de segunda, la Compañía de Fomento de Chapala, S.A., echa a andar lo que parecía ser el principio de una época de esplendor para esta villa ribereña. De Alba ya había mostrado que lo aprendido en Escuela de Arquitectura de Chicago lo colocaba a la vanguardia de las tendencias del diseño arquitectónico del momento al construir su casa chapalense conocida como “Mi Pullman” y que era una obra de arte frente al lago que data de 1906 y aún permanece.
Sólo seis años duró el sueño de Schjetnan y De Alba, ya que con la crecida del lago y la cercanía de la obra con este, en 1925 sufrió una severa inundación, que detuvo las actividades de la estación por un tiempo, hasta que en 1926 llegó a ser insostenible y cerró sus puertas, terminando así la época del primer y único ferrocarril de Guadalajara a Chapala, que se vio desplazada por la carretera y las facilidades de transporte motorizado particular.
Sin embargo, como testigo de aquel sueño y sus dimensiones quedó este edificio que parece una máquina del tiempo que nos transporta al entrar en ella. Es una visita obligada para quien viaja a Chapala, ahora fungiendo como Centro Cultural González Gallo. El inmueble fue nombrado así en honor de quien fuera propietario de la finca, que después quedó abandonada e invadida. Afortunadamente sus descendientes tuvieron el acierto de recuperarla y entregarla al pueblo jalisciense para hoy ser un sitio dedicado a la cultura y la historia bajo la dirección del INAH.
Al recorrer sus pasillos parece escucharse el pitido del tren que se aproxima, el chorro a presión de su locomotora; parece que se ven caminar las encopetadas señoras a través de sus jardines, con decenas de baúles cargadas por indios en sus “diablitos”, que aún se conservan en la terraza, pero todo es un sueño, como lo es la estación misma y como lo fue esa época dorada de nuestra historia.
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