Conocer y, aún más importante, disfrutar de Atenas requiere de ir sin prisas. En definitiva, una estancia de varios días en la capital griega es la mejor manera de convivir con la historia de la ciudad y descubrir en sus monumentos los orígenes de la civilización occidental.
La palabra filosofía forma parte del vocabulario habitual. Pues bien, significa “amor por el saber”. Ésa es la actitud ideal para emprender un viaje a Atenas, lugar donde tuvo origen la propia palabra filosofía. Hay que llegar a las calles atenienses con la intención de ser más sabios, cultos y conscientes de lo que somos y a dónde hemos llegado.
Caminar entre ruinas clásicas y visitar sus museos requiere de ese afán por conocernos y también es necesaria cierta humildad para apreciar cómo hoy, en la era de internet y los viajes vertiginosos, les debemos parte de nuestro modo de vida a los griegos clásicos, aquellos que hace más de dos milenios inventaron costumbres como la democracia, la estética o la enseñanza académica.
No asustarse. Para disfrutar de Atenas no es necesario ser un intelectual. La maravilla es que sus monumentos transmiten esos conocimientos, la mera contemplación de los restos de la antigüedad invita a ese “amor por el saber” y nos hace partícipes de su historia.
Cariátides de Erecteion
Y todo ello en una pequeña extensión de terreno, porque la Atenas clásica era menor a la actual. Por ello, conocerla no supone caminatas maratonianas. Por cierto, Maratón es una localidad que dista concretamente 42 kilómetros y 195 metros de Atenas, precisamente la distancia que se corre en la famosa prueba olímpica.
Pero no hay que ser atleta para visitar la Atenas clásica, en una pequeña área se ubican sus monumentos más famosos y no importa mucho el orden en que se visiten, con una única salvedad: hay que comenzar por la colina de la Acrópolis.
La Acrópolis domina el casco urbano ateniense y para llegar a su cúspide hay que atravesar los Propíleos, un grandioso pórtico donde las escalinatas y las columnas empequeñecen a los simples mortales. Y esto no es más que un vestíbulo para los restos más prestigiosos de la civilización helena: el templo de Erecteion y el Partenón.
El Erecteion posiblemente sea el edificio clásico más bello, porque más que arquitectura es una escultura protagonizada por las seis cariátides, las seis figuras de mujer que convertidas en columnas nos presentan este recinto sacro.
En cuanto al Partenón, es la imagen de la Antigüedad europea. Son los restos de un magnífico templo en el que se honraba a la diosa Atenea. Construido, todo en mármol, en estilo dórico durante el siglo V a. C., de él se conservan parte de sus columnas, frontones y algunos de sus relieves esculpidos que narran episodios mitológicos.
In situ, es imposible admirar estas escenas talladas en la piedra. Para ello hay que descender hasta el Nuevo Museo de la Acrópolis. Ahí, se muestran algunas de estas esculturas, pero paradójicamente donde más y mejor se ven es a miles de kilómetros, en Londres, en el British Museum. Allí se exponen colosales figuras que ornaron el Partenón, y que en el siglo XIX fueron expoliadas y trasladadas hasta la capital británica.
Una y otra vez las autoridades griegas reivindican su legítimo derecho a la devolución, pero sus demandas son desoídas desde hace décadas.
Aún así todavía queda mucho patrimonio por visitar en Atenas. Por ejemplo, las dos Ágoras, la Clásica y la Romana. El Ágora fue para las civilizaciones antiguas la plaza mayor y el epicentro de la vida social y cultural.
En Atenas hay dos. La más extensa, el Ágora Clásica, donde se aprecian en forma de yacimiento arqueológico lo que fueron calles porticadas, templos y largas hileras de columnas. Ahí, la imaginación permite figurarse a Sócrates adoctrinando a la población, entre la que se halla un joven Platón que iba a ser su mejor discípulo y uno de los filósofos claves de la historia.
La otra Ágora es la Romana, más pequeña. Llama la atención la Torre de los Vientos en uno de los laterales de lo que fue una gran plaza. No es éste el único resto heredero de la tradición romana, ya que la ciudad fue tomada hacia el siglo II a. C. por las tropas romanas, y todos los emperadores que la visitaron quedaron fascinados.
Sin duda el emperador que más prendado quedó por la ciudad fue Adriano. Él ordenó construir una fastuosa Biblioteca, cuyos restos se visitan en las cercanías del Agora Romana. Y sobre todo, reimpulsó la construcción del Olimpeion, un templo dedicado a Zeus Olímpico. Una obra alzada a partir de 104 columnas de orden corintio, el más elegante de los estilos griegos. Ahora, apenas se yerguen 15 de esas columnas. Sin embargo, su elegancia es tal que hace que sea uno de los lugares más atractivos de la ciudad histórica.
Y en las proximidades del Olimpeion se asienta el graderío de lo que fue el Estadio Olímpico de Atenas. Mucho más modesto que los actuales recintos deportivos, pero la prueba más obvia de que la herencia griega ha llegado a nuestros días.
Algo que cuando se visita Atenas con esa actitud de “amor por el saber” queda grabado de forma indeleble en el viajero, bien sea visitando sus monumentos o simplemente paseando por las calles más añejas y transitadas, en los barrios de Anafiotika, Plaka o Monastiraki, donde el turista satisface todas sus necesidades en forma de alojamiento, gastronomía local y souvenirs para recordar la estancia en Atenas, que seguramente invita a volver.
Más información: Atenas, guía de viajes y turismo