“Barcelona es una novia muy atractiva y seductora, que da mucho pero que suele acabar pidiendo demasiado a cambio…” Mi compañero de asiento en el tren concluye su sentencia con una sonrisa propia de quien conoce del tema. Mi aspecto foráneo, mi curiosidad notoria y mi ansiedad por poner pie en la mítica casa de Gaudí le han sonado como alarma, y él ha necesitado advertirme: “No te quedes demasiado tiempo, o ya nunca te irás…”
Desde el Mediterráneo
Desde las márgenes del Mar Mediterráneo, la ciudad de Barcelona mira hacia el mundo. Desde el otro lado del océano, mi alma viajera soñó muchas veces con poder alcanzarla. Su fama de vanguardista, sus innumerables museos y sus movimientos culturales la colocan como destino de cabecera dentro de España y Europa. No hay una Barcelona, ni dos, ni tres. Son cientos de ciudades que conviven y se potencian, luciéndose con orgullo ante los casi 8 millones de turistas que llegan a ella cada año. Esta vez, me ha tocado a mí.
Pasado gótico y medieval
El invierno aún se a asoma por las calles de la capital catalana, y el sol penetra acrisolado entre las amarillas copas de sus árboles. Barcelona tiene tanto para ver, que si uno no se organiza puede perderse entre sus calles y dejar de lado alguno de sus tantos puntos de interés. Siguiendo el consejo de mi guía de viajes, mi día arrancó en el Barrio Gótico, centro histórico y político, y una suerte de museo al aire al libre que refleja el pasado medieval de la ciudad. Altos muros de piedra, gárgolas como centinelas de las alturas y restos de la primera muralla de la ciudad; tal es el paisaje urbano de este sector. A pocos metros de ahí, me encuentro con la Catedral de Barcelona, uno de los edificios más emblemáticos de la ciudadela. Fue construida durante los siglos XIII a XV, sobre una antigua catedral románica, y está dedicada a Santa Eulalia, patrona de la ciudad.
La luz que se filtra por los altos muros es escasa, y el frío de enero acrecienta la sensación lúgubre de estas calles. Visito la Plaza de Sant Jaume, centro político de Barcelona; el Templo de Augusto, donde se conservan aún columnas romanas; y la Plaza Sant Felip Neri, donde las balas de la Guerra Civil también dejó su rastro. Durante esos años grises de la historia española, Barcelona no era el centro cosmopolita que es hoy en día, ni contaba con el renombre actual. Sin embargo, ya desde entonces peleaba por mantener viva su propia cultura, a pesar de la represión gubernamental. Hoy, la solemnidad que lleva prendida la atmósfera del Barrio Gótico recrea en el viajero la mística de esos lustros.
Fabulosos legado de Gaudí
No hay Barcelona sin modernismo, y no hay modernismo sin Gaudí. “Le hemos dado el diploma a un loco, a un genio. El tiempo lo dirá”, supo sentenciar uno de sus profesores, sin mucha esperanza. Y puede que este genio haya tenido algo de loco. O quizás al revés. Lo que nadie puede negar, es que la espectacularidad de sus obras le ha dado una cara única a la ciudad, rompiendo con todos los esquemas y transformándola en un sinónimo de vanguardia. De los exponentes gaudianos con los que cuenta Barcelona, existen unos pocos de visita casi obligatoria.
La Casa Batllò, no sólo es uno de ellos, sino que es mi favorito. Cuesta imaginar una manera más perfecta de materializar en un edificio el amor por la naturaleza y los no-límites de la imaginación. Hay algo de fantástico en la fusión de las hojas otoñales con las aparentes escamas de la fachada, y aún cuando uno camina desde la lejana vereda de enfrente, la Casa Batllò hipnotiza los sentidos. Sin líneas rectas, ni elementos clásicos, ni signos de sobriedad, este edificio hace pompa de su grandeza creativa, y no tiemblo al afirmar que pasar por Barcelona sin haberlo visitado sería un terrible pecado. Por increíble que parezca, el edificio estuvo, originalmente, destinado a la vivienda de la familia Batllò, a comienzos de siglo XX. La coronación de esta construcción es su azotea, donde resaltan las famosas chimeneas adornadas con mosaicos de colores, y la bóveda con forma de dragón. Fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el 2005.
La Casa Milà, más conocida como La Pedrera, se encuentra a pocos metros de la Casa Batllò, y es otra de las obras magníficas del arquitecto catalán. También inspirada en la naturaleza, la fachada ondulada rompe nuevamente con las líneas rectas y simula una gran roca moldeada por el mar. Aunque en la actualidad no esté abierta totalmente al público, su azotea ofrece bellísimas vistas panorámicas, y sus chimeneas son un símbolo de la ciudad. Siendo 30 en total, la mayoría pareciera representar a un guerrero y su armadura. Dato curioso: el director de cine George Lucas se inspiró en estas formas para los cascos de los soldados imperiales y del mismos Darth Vader, en su saga Star Wars.
Caleidoscopio arquitectónico
Unas cuadras más allá de la Casa Milà, se encuentra la Iglesia de La Sagrada Familia, obra que se encontraba inconclusa al momento de la muerte de Gaudí. Revolucionario pero fiel a sus creencias, su inmensa fe católica se vio plasmada en la que fuera su obra maestra. Por fuera, la inmensidad se alza por encima de la ciudad, con barrocas esculturas que representan distintas escenas del Génesis. Por dentro, la sensación es la de estar en un caleidoscopio, donde cientos de cristales de colores juegan con el paso de la luz. Las columnas, inspiradas en troncos de árboles, semejan un bosque material que invita a perderse en lo alto. Al igual que en el catolicismo, La Sagrada Familia encuentra el mayor deleite en los cielos, y no es sino con la nuca hacia atrás que puedo maravillarme con las peculiares figuras que se forman en el techo. Según datos oficiales éste es el monumento más visitado de España, con 3,2 millones de visitantes anuales. Se espera terminar la obra en el año 2026, cien años después de la muerte de Gaudí.
Por último, el emblemático Parc Gùell ofrece posibilidades de esparcimiento gratuitas, en medio de la obra magistral del arquitecto, que demostró que los espacios al aire libre no eran un desafío a su genialidad.
Paseo por Las Ramblas
No encuentro manera más propicia de conocer a un pueblo que mezclándose con sus habitantes, y no hallo mejor sitio para esto, que las Ramblas de Barcelona. En la época en que la ciudad estaba rodeada por murallas, ésta era la única vía ancha hacia el corazón de la ciudad. Hoy en día, cientos de personas deambulan por esta amplio paseo, repleto de cafeterías, restaurantes y actores callejeros.
Este amplio paseo, que nace junto a la Plaza de Catalunya para terminar en el puerto, al pie del famoso monumento a Colón, recibe cinco nombre a lo largo de su extensión. En el primer tramo es llamada Rambla de Canaletes, debido a la fuente del mismo nombre allí ubicada. Dice la tradición que quien bebe de ella, siempre regresa a Barcelona. El tramo sigue por Rambla de los Estudios, para luego de convertirse en Rambla de las Flores, nombre que se debe a que durante el siglo XIX éste era al único sitio donde se vendían flores.
Aunque el comercio se ha extendido a otras partes de la ciudad, es posible aún hoy observar los puestos a lo largo del paseo. En este tramo se ubica también el famoso Mercado de la Boquería, y no puedo evitar la oportunidad de perderme entre su universo de aromas y colores, que van desde los dulces más elaborados hasta los más típicos tentempiés mediterráneos.
Siguiendo rumbo al sur, la Rambla del Centro, y por último la Rambla de Santa Mónica, vestíbulo del puerto. El remate lo da el famoso monumento a Colón, que recuerda la decisión del navegante de elegir a Barcelona como puerto de desembarque de su viaje por América. Con un enorme dedo índice señala al horizonte, y yo camino como hipnotizada, hacia el muelle. Decenas de veleros se mecen acunados por el Mediterráneo, y las gaviotas revolotean entre mástiles y turistas. El viento frío me despierta del ensueño de esta gran ciudad.
Los días venideros caminaré por los frondosos parques de Montjuic, famoso por sus sedes deportivas de los Juegos Olímpicos del 1992; me entremezclaré con las auras bohemias del Barrio de Gracia y sus movidas culturales; y saciaré mi apetito en los restaurantes del Born. Y mientras más me desplace por esta interminable ciudad, más resonarán en mi mente las palabras de aquél extraño en el tren. Barcelona atrapa con la mirada, enamora con sus encantos y, como toda buena mujer, siempre tiene un secreto más por ser descubierto, una nueva tentación para quedarse un día más.
He conocido gente que ha tardado años en romper el encanto. En una pared del Barrio El Raval, zona de inmigrantes, un graffiti reza: “Esta es tu Carcelona”. Se ve que el hechizo barcelonés pega fuerte. Tomo las advertencia y me subo al tren de regreso con mi lista de “Cosas que quiero hacer” en la mano. Aún quedan dos o tres ítems sin tachar. Mejor largarse a tiempo…
Qué ver y qué hacer: La ciudad ofrece una gran variedad de espectáculos de todo tipo, para todos los gustos. El Tablao del Flamenco Cordobés, ubicado en Las Ramblas, ofrece un interesante show de baile y música de alto nivel profesional. www.tablaocordobes.com
Aprovechando la posibilidad de desplazarse a pie a lo largo de sus puntos de interés, la oficina de información turística cuenta con un programa llamado Barcelona Walking Tours, que ofrece una serie de visitas guiadas a pie por los diferentes barrios de la ciudad. www.barcelonaturisme.cat
Si andar a pie no es para ti la mejor opción, existe un servicio de Bus Turístico, cuyo pase te permite subir y bajar en estaciones estratégicas.
Más información: Visit Barcelona