Si lo que buscas es conocer más sobre la cultura de Oaxaca, basta con asistir a alguna de sus fiestas tradicionales o recorrer sus distintos poblados. Estamos seguros que podrás encontrar hermosos hoteles en Oaxaca, además de una gran variedad de servicios que harán de tu estadía, una experiencia inolvidable. Pero lo que también enriquecerá tu estancia en Oaxaca, son sus leyendas, como la de El callejón del muerto.
En la colonial Oaxaca la noche era oscura y flotaba en el ambiente una atmósfera pesada y densa. De vez en cuando se podían oír los gritos de los «serenos» que hacían la ronda en medio de la silenciosa ciudad. Al caer la medianoche, de un solitario callejón partió un «¡ahhh!»… agudo, prolongado, el cual se acallo al instante.
Por el sinuoso callejón del 2 de Abril descendía a paso apresurado la silueta de un hombre que hacia bailotear en su diestra un farol de mano. Era como una sombra que se movía y avanzaba velozmente, parecía deslizarse sobre el suelo, silenciosamente, sin el más leve rumor que delatara sus pisadas. Al llegar a las antiguas calles del Marquesado, se dirigió al templo que allí se encontraba buscando al párroco. Después de un llamar un rato, el cura apareció en el umbral.
El extraño individuo le dijo que en uno de los callejones de atrás de la soledad ha sido apuñalado un hombre y éste quería darle su confesión. Lo guió hasta el callejón y fue allí donde encontró al sereno moribundo, mostrando tremenda puñalada en el pecho.
Retirándose su acompañante, el cura se inclino sobre el moribundo y empezó a confesarlo. Fue una confesión larga y penosa, interrumpida a cada rato por los espasmos de la agonía. Después que lo absolvió, el cura se dirigió al extraño que lo había guiado, pero no lo encontró. Por la curiosidad de conocer quien era aquel al que había confesado, tomó el farol y alumbró al difunto. Y entonces fue cuando se dio cuenta del por que su acompañante ya no lo aguardaba.
¡Aquel desconocido que ahora yacía cadáver, a la mitad del solitario callejón, era el mismo que había ido a llamar a la puerta del curato!… ¡el mismo que lo había conducido ante su propio cuerpo, moribundo!… ¡luego había confesado a un muerto y el propio muerto lo había guiado!…
Sobrecogido de terror, regreso al curato. Muchos días después, preso de una fiebre, el buen cura se debatió entre la vida y la muerte. No murió, pero funesta consecuencia de aquella espeluznante aventura, conservo por el resto de su vida una completa sordera en el oído con el que escucho la confesión del muerto.