Morelia, capital del Estado de Michoacán, cuenta con un sinfín de atractivos turísticos y sin duda uno de ellos son sus dulces. La mejor opción para apreciarlos, es acudir al Museo del Dulce, sitio que reúne más de 300 productos de exquisita procedencia.
Para deleite de chicos y grandes, la antigua Valladolid, hoy Morelia, es un sitio ideal para degustar exquisitas golosinas, que son parte del sabor de nuestro México; desde el típico ate, hasta la laminilla enchilada o el agridulce tamarindo -todos propios de la ciudad-, hasta el conocido rompope, tradición de las miles de monjas enclaustradas durante el virreinato en los conventos morelianos, ya fuesen las Dominicas del convento de Santa Rosa de Lima o las de la Congregación de Santa Catarina de Miér, en Pátzcuaro, donde la tradición del dulce es aún mayor.
Un museo con sabor a tradición
“Dulces Morelianos de la Calle Real” es el nombre que recibe el Museo del Dulce, ubicado casi frente al Palacio Federal, sobre la avenida Madero oriente; este espacio, de iniciativa privada, recoge la oferta y exhibición de la rica tradición dulcera de la ciudad de Morelia.
Bajo la experimentada y amena plática de sus guías, como Artemisa Sánchez Amescua, el visitante puede adentrarse en la más selecta confitería michoacana dentro de una vieja casona igualmente típica, cuyos rincones nos remontan a la época colonial.
En el inmueble, los trabajadores ataviados a la antigua usanza, te invitan a degustar las más deliciosas golosinas, como lo hicieron los chiquillos de principios de siglo o anteriores, y así viajar por el tiempo y el sabor.
La historia del Museo del Dulce se remonta a 1840, cuando Don Marcial Martínez inauguró su dulcería, en la que elaboraba artesanalmente ates, que ponía a asolear sobre las bóvedas de la catedral. Estos dulces, originarios del Medio Oriente, ya se preparaban en España siglos antes de la Colonización, conocidos como almendrates, avellanates y calabacinates, entre otros.
En 1939 el negocio pasó a ser propiedad de don Luis Villicaña y de su familia, siendo sus hijos quienes le dieron secuencia a la tradición. En un ambiente donde mobiliario y vestuario también nos remiten al virreinato, el porfiriato y otras épocas ya idas, encontramos exhibidores repletos de ates, jaleas y mermeladas, rompopes, morelianas, chocolates, jamoncillos, palanquetas y merengues, parte de una extensa variedad que comprende más de 300 ofertas que definitivamente dificultan la elección. Además, puedes saborear el tradicional chocolate casero o la nieve de pasta de Pátzcuaro, la “Pacanda”.
Las golosinas que el Museo no fabrica, las adquiere de proveedores, por lo que puedes encontrar también dulces de Nuevo León como las glorias o los borrachitos de Guadalajara, por citar algunos. También hay cajeta, cocadas, rollos de guayaba, dulces de leche, duraznos en almíbar, bolitas de leche quemada, chongos, arrayán, alfajor, huevos reales y nueces de Macadamia. A cual más una muestra del gusto que los mexicanos tenemos por los sabores inolvidables.
De souvenir, puedes llevar bellos recuerdos, entre los que desfilan juguetes de antaño como los soldaditos de plomo y las muñecas de cartón.
Los moradores de esta bella ciudad nos dicen: “Si dices Morelia dices ates, si dices ates… dices Morelia” y así lo confirmamos.
Una cocina muy antigua, propia del virreinato, es testigo diario de los paseantes que acuden al Museo del Dulce, a ver como se elabora un ate.
¿Quieres saber la receta?
Se extrae la pulpa del membrillo ya cocido para después cocinarlo en cazos de cobre a fuego directo con azúcar, hasta que empieza a desprenderse un dulce aroma y se le ve el fondo al cazo.
Con anterioridad, la fruta fue cocida con cáscara y semilla a baño María, después se pasó por una cernedora de tejamanil y crin de caballo (cabe destacar que cáscara y semilla no fueron retiradas por contener pectina, que es la gomita natural del fruto que permite que cuaje), sin embargo, el membrillo y los tejocotes son las únicas frutas que permiten que el ate cuaje solo.
Ya en la cazuela, fruta y azúcar en cantidades iguales en peso y volumen, se cuecen hasta hacer “cortina” -es decir, que no escurran- despegándose a continuación del molde; así estará listo para enmoldarlo en la forma que se desee, para después dejar enfriar y simplemente desmoldar. ¡Así surgió el primer ate de Valladolid!.
Posteriormente se fueron añadiendo sabores y se utilizaron frutos como la manzana, guayaba, durazno, perón, ciruela, chirimoya, higo y mango.
Siendo autoría de las monjas, y en el auge colonial de la llamada “ciudad de la cantera rosa”, fue lógico que esta hiciera del ate su dulce tradicional, y es por eso que hoy día, el ate es a Morelia, como la cajeta a Celaya, los camotes a Puebla o las fresas cristalizadas a Irapuato, por citar algunos ejemplos de la ricas tradiciones que en dulces y gastronomía en general, tiene México.
Más información: Calle Real