Bruselas, capital de Bélgica, posee un lugar donde el visitante comprende por qué esa capitalidad: su Grand Place, el corazón de la ciudad por donde pasean visitantes de cualquier origen y donde todos descubren un motivo para sentirse identificados y atraídos por su belleza.
Visitando Bruselas, una parada obligatoria es la Grand Place, en francés, o la Grote Mark en flamenco (no hay que olvidar el bilingüismo implantado en Bélgica). En definitiva, la Gran Plaza en nuestra lengua española.
Pese a su monumentalidad y dimensiones, la Grand Place resulta acogedora e invita al relax para impregnarse de la belleza y la dilatada historia del lugar.
Su aliento y el arte que lo envuelve todo, se capta al aposentarse en la propia plaza. Para ello hay dos opciones. La primera, entrar en alguno de los restaurantes y sentarse, pedir la carta de cervezas, elegir entre las muchas variedades y mientras se degusta, contemplar la belleza de la plaza.
Lo interesante de esta opción es la comodidad, las vistas privilegiadas y la amabilidad de los camareros belgas. La parte negativa la sufrirá el bolsillo, ya que la exquisitez se incluye en el precio del consumo.
Para evitar ese gasto, se puede buscar un hueco en la acera, hasta en el empedrado de la plaza, y sentarse ahí. No hay peligro al tratarse de un espacio de tráfico restringido y es habitual entre los turistas, que disfrutan así del encanto y ambiente del sitio.
Esta opción a la hora del almuerzo obliga a comprar un cucurucho de frites (patatas fritas con multitud de salsas) en las calles aledañas a la Grand Place. Y si es más tarde, lo propio es comprarse un gaufre de chocolate y comérselo ahí tranquilamente.
Los tres productos nombrados: cerveza, frites y chocolate, son junto a los mejillones los cuatro pilares de la dieta turística durante una estancia en Bruselas.
Bien. De una forma u otra, una vez establecidos en el lugar, llega el momento de apreciar sus edificios, algunos de ellos considerados emblemas de la arquitectura belga.
Destaca la Maison du Roi, que pese a su nombre de “casa del rey” allí nunca habitó monarca alguno. Se construyó entre 1515 y 1525 como mercado del pan y hoy alberga el Museo de la Ville de Bruxelles donde se admiran obras de renombrados artistas de la historia belga, como el escultor Claus Sluter o el pintor Peter Brueghel.
Enfrente de la Maison du Roi se yergue el Ayuntamiento, gran joya de Gótico civil, un edificio del siglo XV en el que llaman poderosamente la atención dos elementos, la extrema blancura de su fachada y su enorme campanario, llamado la “Torre Inimitable” de casi los 100 metros de altura.
Éstos son los monumentos más llamativos de la plaza, pero todo el conjunto posee un atractivo único, al mismo tiempo que en cada uno de los edificios, algún detalle atrae y sugiere la historia y costumbres belgas.
Por ejemplo, junto al Ayuntamiento se elevan la Maison de l’Etoile, la Maison au Cygne y la Maison de l’Arbre d’Or, las tres con una historia que contar. La primera posee un monumento al héroe local que en siglo XIV libró a la ciudad de las tropas del conde de Flandes. La segunda construida por el importante gremio de los carniceros. Y la tercera, actualmente es un museo que recrea una cervecería tal y como era en siglo XVIII.
Haciendo esquina y cerrando un lado corto de la plaza se eleva fastuoso el Palacio de los Duques de Brabante, cuya fachada neoclásica se corona por un frontón que incluye un relieve alusivo a la Abundancia, símbolo del esplendor de estos nobles de la época.
Girando en torno a la Grand Place de Bruselas, la vista se topa con más edificios e historias. Una muestra es el Pigeon, en los números 26-27, la casa donde habitó en 1852, el escritor Víctor Hugo. Otro ejemplo es la Maison de Louve, construida en 1691. Ahí se observa un trabajadísimo relieve con las figuras de Rómulo y Remo amamantados por la loba.
No es casual esta alusión a Roma en la arquitectura belga. De hecho, el conjunto de fachadas de la Grand Place recuerda al Renacimiento italiano, si bien enriquecido por el tamiz del arte gótico y el aire de cuento que otorga a los edificios la tradición flamenca.
Tampoco se puede olvidar la influencia hispana, ya que durante muchos años estas tierras fueron posesión de la corona española. De ahí, que la Maison des Boulangers, en el número 1-2 de la plaza, se la conozca como la “casa del rey de España”, e incluso todavía se ve un busto del rey Carlos II.
Si a esto se le suma, la influencia francesa debida a la ocupación en tiempos de Luis XIV, el Rey Sol que fue capaz de bombardear la plaza con la artillería del siglo XVII para luego impulsar su reconstrucción. O la influencia alemana, dado que el país fue invadido durante la Segunda Guerra Mundial. O la influencia holandesa, por la vecindad del país de los tulipanes. En definitiva, el resultado es una plaza cosmopolita y reflejo de la Bruselas moderna, convertida en la capital de la Unión Europea.
Más información: Visit Brussels