El estado de Tlaxcala se encuentra situado en el altiplano central del territorio mexicano, coronado por tres cúspides alpìnas que lo vigilan desde inmemorables tiempos: el Popo, el Iztla y la Malinche.
Territorio Otomí, pudo mantenerse fuera del cacicazgo de los mexicas gracias a su alianza con los tlaxcaltecas, aunque no logró evitar la fusión con los hispanos, que más tarde ya criollos o mestizos, fueron provocando la desaparición de la etnia.
Vino la Colonia y con ella el Virreinato, surgiendo en esa tierra un entorno favorable para las mercedes de tierra que otorgó la Corona Española a la Nueva España durante los siglos XVI y XVII y con ellas, naciendo las Haciendas pulqueras que fueron una fuente primordial de recursos para las encomiendas y sus envíos de dinero a los reyes de España.
Sus cascos son aún impresionantes y basta dejar volar un poco la imaginación para trasladarse hasta aquellas épocas en que, con su carácter de tipo feudal, eran el centro de la actividad comunal; en ellas había tienda (de raya), iglesia, escuela y trabajo, mucho trabajo para cientos de campesinos que ayudaron a lograr su bonanza.
La llamada “Casa Grande”, donde los hacendados vivían al más puro estilo europeo, a veces transformado eclécticamente por los gustos personales de cada uno, pero siempre manteniendo una postura de lujo y de poder, nada tenían que ver con el peón que trabajaba la tierra y sus casas aledañas, rancherías que en ocasiones llegaban hasta cien, donde se desarrollaba la vida del “tlachiquero” o algún otro de los tantos personajes que tuvieron que ver con la escritura de una historia donde el pulque enriqueció a más de un noble propietario de estas tierras, que alcanzaban decenas de miles de hectáreas de extensión, hasta antes de la Reforma de Juárez y la muy posterior Reforma Agraria.
Con el tiempo, algunas haciendas pasaron hereditariamente a los descendientes de sus dueños originales y otras, fueron compradas a veces en más de una ocasión, pasando no sólo de una mano a otra, sino sufriendo el abandono y el deterioro que los años y el alto costo que mantenerlas significaba.
La ganadería, en especial la crianza del toro bravo para lidia en los ruedos, vino a ser otra fuente de ingresos para los “nuevos” hacendados, ya que su desarrollo en el estado data de 1870.
Algunas haciendas como Piedras Negras y La Laguna entre otras muchas, pusieron su hierro no sólo en sus bureles, sino que lo estamparon en múltiples ocasiones en los carteles de las principales plazas de México, siendo proveedoras de astados de noble estirpe y recia bravura que han merecido aplauso, arrastre lento y hasta indulto por parte de los jueces de las plazas.
Así, las actividades de las Haciendas de Tlaxcala, principalmente pulqueras y ganaderas ha ido cambiando, o se ha ido alternando, para girar hacia el turismo, en donde encuentran una forma de solventar los fuertes gastos que implica el mantener estas enormes construcciones y sobre todo el restaurarlas, lo que significa no sólo un reto ante la historia, sino un arte por muy pocos conocido, que requiere de paciencia, conocimiento, asesoría experta, vocación y sobre todo amor hacia los muros de estas casas centenarias.
Haciendas de Tlaxcala. Una experiencia, más que un viaje
Visitarlas es realmente un viaje en el tiempo, y puede sentirse el sudor del trabajador después de un día de raya y ver dibujada su sonrisa de satisfacción al obtener como parte de su pago el sustento familiar; en algunas, donde estuvo la escuela, se oyen traídas por el viento las risotadas de los niños y la llamada al orden del mentor; se huele aún el pulque fermentando y el silbato del tren que urgido llega para llevar a la capital miles de litros de la embriagante bebida, mientras otros no menos urgidos, esperan más bien la llegada del furgón.
Puede sentirse en el ambiente la nobleza y en algunas puede hacerse realidad por unas noches, durmiendo en regias recámaras de antigua factura, imaginando mil eventos sucedidos hace quién sabe cuánto tiempo; es posible visitar los tinacales y sentirse medidor o alguien más de importancia en la producción pulquera, aunque sea por un minuto; se oye el trote ligero de corceles y el rodar de carretas que llevan damas por poquito parisienses, que son admiradas por otras, casi otomíes.
También si se es intrépido, se puede entrar a una tienta de vaquillas y sentirse en la plaza de toros México un momento, aunque desde la barrera no se luzca como un matador y se sude adrenalina; aunque no quede la gloria de la lidia pero tampoco se olvide la experiencia.
Se come y se bebe como hacendado; huele a campo y hay cielo, y en él sobran estrellas; es cual si hubieras actuado en una película como “La Escondida”, filmada en Soltepec; te llenas de recuerdos no vividos y te asaltan mil preguntas que terminan en mística enigmática cuando al atardecer estás sentado en sus jardines, y oyes tan solo el aire y el piar de los pájaros, y parece que el reloj se detiene… y casi lo hace.
Nueva visión de las haciendas de Tlaxcala
Dentro de las 43 haciendas ganaderas y las más de cien ex haciendas existentes en la entidad, algunas se han unido para impulsar al turismo como una actividad redituable y cultural, que nos permite vivir lo antes descrito ya sea en una simple visita u hospedándose, con todo el glamour, en aquellas que ofrecen servicios de hotelería exclusiva.
La Asociación de haciendas de Tlaxcala, cuenta con la participación de ejemplos vívidos de esta variada oferta turística.
Cabe mencionar que se encuentran en diferentes zonas del estado, algunas hacia Tlaxco -donde recomendamos comprar su variedad de quesos-, y otras yendo desde Tlaxcala hacia Huamantla, población reconocida por sus toros bravos y la famosa “Huamantlada”, en la que se sueltan los bureles y son sorteados en forma arriesgada, temeraria y suicida, por espontáneos que en las calles aledañas a la plaza, corren en un evento que emula las fiestas de Pamplona y las iguala seguramente en cuanto a lo increíble de su desarrollo.
Estas haciendas tienen, como casi todas, historias fascinantes y te ofrecen atractivos únicos.
Ganadería La laguna
Llamada originalmente Hacienda San José de la Laguna; data como ganadería de 1908, habiéndose toreado sus primeros ejemplares en México, en 1913.
Actualmente ofrece múltiples servicios, entre ellos la Ruta taurina, que es una forma de conocer y acercarse un poco a la fiesta brava y su vida “tras bambalinas”. En este casco remodelado respetando su arquitectura colonial mexicana, se pueden realizar fiestas y reuniones familiares, o bodas, en su bella y sencilla capilla; llevar a cabo desde reuniones de negocios hasta cabalgatas.
En su ruedo se llevan a cabo emocionantes tientas de vaquillas, se degusta la mejor gastronomía típica y se convive con sus propietarios, y excelentes anfitriones.
Hacienda Tenexac
Ex hacienda pulquera de gran tradición, que guarda entre sus muros objetos invaluables que nos cuentan acerca de la tradición hacendaria, como sus libros de cuenta de raya, su mapa original y los utensilios de la tienda.
Paz Virginia Yano Bretón te recibe y te guía a través de los años en que su familia se hizo de la hacienda, te muestra la guarida para esconder de los revolucionarios a las mujeres; te habla de su antiguo mobiliario y sientes su cariño hacia la que es su casa, y en ella te hace sentir al darte un recorrido por cómo era la hacienda, sus costumbres y sus alrededores; en una corta plática podrás entender lo que es una tienta de vaquillas, el qué, cómo y para qué de esta evaluación.
Hacienda Soltepec
Esta hacienda de arquitectura poco común está en el camino que va de Huamantla a San Juan Ixtenco. Fundada en 1712, dedicada a la producción pulquera y otras actividades agrícolas, hoy es el Hotel «La Escondida», nombre tomado de la película filmada en su casco, protagonizada por María Félix y Pedro Armendáriz.
Por supuesto, sus cuartos remodelados, su excelente gastronomía, su Spa, gimnasio, alberca, canchas de tenis y squash y otros servicios, son de primera, aunque su principal atractivo es el jardín lleno de flores que la abuela de Javier Zamora, su administrador, cultivó con un amor explícito a la naturaleza. Es como un lazo que une su antigua historia con sus comodidades actuales.
Hacienda Santa Bárbara
De factura cercana al siglo XVII, este casco de hacienda se encuentra hoy abandonado, aunque ya está el proyecto para convertirla en un hotel de tipo ecológico, que nos acercará a la naturaleza y a la producción rural del pulque (o lo que queda de ella). Esa es una de sus grandes atracciones; su cercanía a lo que fue el campo años atrás, a su gente –que no ha cambiado- y a sus costumbres -que se han ido perdiendo-, además de tener una arquitectura de belleza indiscutible.
Su iglesia y su campanario, los cuartos, caballerizas, el temascal de piedra y su troje, semi derruida, nos llevan por estar intacta, a imaginar su grandeza original, resaltada en medio del campo.
Hacienda Tecoac
Data de hace dos siglos y junto a su casco original se encuentra su capilla, de tipo clásico, en cuyas paredes aún se encuentran muestras de gran valor del arte sacro pictórico aunque ha sufrido, anterior a sus actuales propietarios, de saqueo y deterioro en sus maderas preciosas.
Tecoac tiene otra oferta para visitar, una granja con una atractiva variedad de animales propios del campo, entre los que por aquí saltan los conejos; por allá se levantan grandes reses; más allá se oye el balar de los borregos y no faltan graznidos de patos. Una singular aventura para vivirla en familia, además de admirar la arquería original que conserva; es un lugar para eventos en el que Pepe y Lulú Espino, sus propietarios, te reciben siempre con agrado.
Hacienda San Miguel Tepalca
Su nombre se deriva del náhuatl Temascaltepec, que significa «Cerro de Tepalcates«; es una de las más interesantes construcciones hacendarias, por ser de las muy pocas levantadas en dos niveles y data de 1592, siendo entonces parte de la hacienda La Blanca.
Está considerada como una de las mejor conservadas, sobre todo en lo que es la “casa grande” y su mobiliario, que data de hace más de 100 años, es todo un tour a través de los años.
Tiene gran tradición ganadera y de actividad agrícola; aunque no cuenta con infraestructura para el turismo, puede ser visitada en el Km. 10 de la carretera Ixtlacuixtla-Españita, muy cerca de Tlaxcala.
Junto con estas haciendas, la tradición de la aristocracia pulquera -como llamó el maestro José Vasconcelos a estos “señoríos” de la Tlaxcala añeja-, y después la noble crianza de los toros bravos, fue seguida por otros muchos fierros como Rancho Seco, García Méndez, San José Atlanga, Santa Águeda, Piedras Negras, San Bartolomé del Monte, San Buenaventura, Xochuca y san Pedro Baquedano, entre otras, que en sus nombren destacan la importancia del clero en su rutina virreinal y a las que vale la pena visitar.
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