Arquetipo de mujer oaxaqueña, hermosa e inteligente, Donají, princesa zapoteca hija de Cosijoeza y Coyolicaltzin, nació en el onceavo mes del año de 1506, en la población de Zaachila, asiento de la corte zapoteca.
Donají o «Alma Grande», más tarde bautizada como Doña Juana, fue presentada ante su pueblo, y acorde a las costumbres, los agoreros pronunciaron el pronóstico de su futuro y manifestaron al rey zapoteca: «En los momentos de nacer vuestra hija, allá en Oriente el fuego continúo y deslumbrador abrazaba el horizonte, y sobre el zenit de Teotzapotlán, una nube negra y pavorosa se cernía; estas señales indican que la Infanta es precursora de funestos sucesos, en los que por amor a su pueblo, se sacrificará.»
El tiempo transcurrió cual destino. Durante las luchas entre mixtecos y zapotecas, la conquista de Tenochtitlán se había consumado, y Hernán Cortés se propuso pacificar la parte del sureste que hoy conocemos como Oaxaca.
En consecuencia, Orozco y Juan Núñez del Mercado, ocuparon Guaxaca como la llamaron. Esta maniobra la ordenó Cortés desde Coyoacán.
La ocupación española propició que la guerra entre ambos pueblos, cesara mediante un pacto, un armisticio impuesto por las tropas invasoras con el argumento de que los territorios de la Zapoteca y de la Mixteca pertenecían ya al Rey de España, y entonces no había lugar a una guerra.
En las condiciones anteriores y para discutir los términos del acuerdo, los mixtecos propusieron que para garantizar que no serían atacados por zapotecas o por españoles durante la tregua, se otorgara como rehén a una persona de la casa real zapoteca. Al efecto decidió Cosijoeza entregar a su hija bienamada, Donají, única princesa de la casa reinante, con lo que los mixtecos cuilapenses quedaron conformes.
Así, la princesa fue remitida al campamento mixteca, donde fue aposentada con los honores propios de su estirpe.
Durante el cautiverio, Donají pensaba: «mi estancia aquí humilla mi casa; solo la continuación de la guerra podrá lavar esta afrenta; mi padre que venció en Quiengola a mi abuelo Ahuízotl, vencerá a Dzahuindanda en esta fortificación».
En esa circunstancia, envió un mensaje con una dama de su servidumbre a los capitanes zaachileños, para que atacaran el campamento mixteco y la rescataran. Estos aceptaron la orden de la princesa, pero le aconsejaron «que procurara salvarse cuando un dardo de flecha penetrase en su habitación.»
Así fue. Los zaachileños atacaron el reducto mixteco y lograron que los defensores se retiraran a las faldas de Montealbán, en donde esperarían refuerzos. En el momento del ataque, se cumplió con dar la señal convenida y una flecha penetró en la habitación de Donají. Cuando los capitanes mixtecos que la custodiaban se percataron de la maniobra, huyeron con ella manteniéndola prisionera.
Cerca de la margen derecha del Río Atoyac, se reunieron en Consejo los capitanes, y decretaron la muerte de Doña Juana por haber faltado sus parciales al pacto celebrado; la degollaron allí, dándole sepultura inmediatamente, a fin de que los zapotecas ignorasen su paradero. El destino de Donají se había consumado.
Pasado algún tiempo, los zapotecas averiguaron que el lugar donde descansaban los restos de la Princesa, estaba próximo a la margen izquierda del Río Atoyac, en donde un hermoso lirio morado que brotó de su sangre, ostentaba sus frescas y galanas flores.
Cavando el sepulcro con respeto y veneración, encontraron los despojos mortales de Doña Juana, pero quedaron sorprendidos al ver que la cabeza, de cara al Oriente, algo inclinada, hacia la izquierda, con las raíces del lirio sobre la frente y sien derecha, se conservase sin corrupción alguna, como si estuviera dormida…