Dicen que Cerdeña es uno de los últimos secretos del Mediterráneo. Sus calas, de un azul profundo, sus senderos que se adentran en las montañas y sus ciudades llenas de historia al borde de los acantilados, son sus principales atractivos.
La isla italiana es una referencia del turismo de lujo, con su Costa Esmeralda en la que veranean las «celebrities» Tom Cruise, Denzel Washington o el mismísimo Berlusconi. Pero hay otra cara de la isla más natural y al alcance de todos, con muchas posibilidades para unas vacaciones diferentes.
Lejos de los circuitos convencionales
Cerdeña es la segunda mayor isla del Mediterráneo, a sólo 180 kilómetros de la costa italiana y lejos de los circuitos más convencionales. La isla fue fenicia en la antigüedad, y más tarde de dominio español, pero sus habitantes presumen de su ascendencia genovesa o pisana. En su geografía quedan costumbres, dialectos, toponimias y edificios religiosos de turcos, moriscos, fenicios, austriacos e italianos.
Para encontrar sardos puros tendremos que buscarlos en las montañas del centro, a la sombra de los 1,800 metros del macizo de Gennargentu, una región intrincada de paisajes duros que curiosamente recibe el nombre de Barbagia (Tierra de forasteros).
Quienes escogen Cerdeña como destino, lo hacen sobre todo atraídos por sus costas: bellas, de aguas limpias y transparentes. Una vez allí descubren sin embargo que además hay mucha historia, ciudades de aire provinciano, como Cagliari y Sassari, enclaves refinados, como la costa Esmeralda, la más lujosa y turística y una gran riqueza histórica y arqueológica. Pero Cerdeña guarda también rincones solitarios a los qué escaparse cuando llega el turismo masivo en verano a sus costas. En las carreteras hay poco tráfico y todo guarda un aire sosegado… en definitiva, otra cara de Europa, en pleno corazón del Mediterráneo.
En Cerdeña se encuentran también algunas de las mejores playas del Mediterráneo. Las más bonitas son Cala Luna y Cala Sisina, entre rocas y acantilados. Más accesibles son las de Santa Margherita di Pula (cerca de Cagliari), Villasimius y la Costa Rei (en la costa suroriental) o las calas de arena entre rocas graníticas de la costa norte de la gallura y en el archipiélago de la Magdalena.
La herencia española
Al visitante español le sorprende especialmente encontrar abundantes referencias a nuestro país en esta isla mediterránea. No hay que olvidar que Cerdeña fue propiedad de la corona catalano-aragonesa desde 1323, pasando luego a depender del Reino de España, tras la unificación de los Reyes Católicos, en 1479. Allí permanecimos hasta 1708, cuando tras la Guerra de Sucesión pasó a manos del imperio austriaco y luego a la casa de Saboya. De esta tierra rodeada partió Garibaldi, en 1861, en pos de la unificación de Italia.
La presencia española se observa en la arquitectura, en el catalán que se habla en Alghero y en la dedicación absoluta de los sardos a las fiestas.
Los especialistas distinguen en la isla un estilo arquitectónico propio, deudor del gótico catalán y con influencias de la Italia continental. Los mejores ejemplos se encuentran en el norte. La catedral de Sassari o el casco viejo de Alghero, en el que podemos admirar el Palazzo Machin, o la iglesia y el claustro de San Francesco.
Además de la historia y de las playas, hay otros encantos casi secretos por descubrir, como el pueblo de Fordongiànus, que brinda la posibilidad de tomar un baño termal en plena naturaleza. Se trata de las antiguas termas romanas del Forum Traiani. Los que busquen un balneario como es debido pueden recalar en el Via Tigellio, en pleno barrio romano de Cagliari. Otra propuesta irresistible es el tren que recorre la región de la Barbagia, en unas tres a cinco horas, descubriendo paisajes inolvidables.
Otro de los lugares que no hay que perderse es la iglesia de San Giovanni di Sinis. Se trata de un templo del siglo X vecino de la antigua ciudad de Tharros, dominada sucesivamente por los fenicios, cartagineses y romanos. Si se prefieren los museos y los monumentos, la isla tiene nada menos que 19 museos y 99 monumentos de interés arqueológico. Los senderistas tienen un montón de propuestas, como la ascensión a la Punta La Marmora, con sus 1,834 metros que se coronan tras cuatro horas de camino, para descubrir desde lo alto un paisaje soberbio.
Los que prefieran las playas, descubrirán algunas interminables y desiertas en los arenales de la costa este, y en particular en Capo Camino y sus campos de dunas. En Alghero es muy recomendable la excursión en barco a la Grotta di Nettuno, con espectaculares formaciones de tipo calcáreo. También es posible darse un chapuzón desde la antigua ciudad cartaginesa de Tharros. Sus muros llegan al borde del agua, donde no es difícil aún hallar restos de ánforas.
Gastronomía
El marisco es el rey de la mesa sarda, pero además se pueden encontrar otras interesantes variaciones locales en los platos de carne (ternera, cordero y sobre todo el excelente cochinillo al horno porcheddu).
En Cerdeña la cocina autóctona ha ido incorporando influencias de otras culturas culinarias y así es posible tomar como platos locales paella, bullabesa («zimino») o cuscús, que se ofrecen en las cartas junto a las pastas originales como los «malloreddus» (pequeñas conchas de pasta de salvado aromatizada con azafrán), «maccarones de busa» (pasta gruesa) y los «culingiones» (versión local de los raviolis), y junto a un queso local curado que se acompaña con el delgado y crujiente pan de la isla llamado «carta di musica».
De postre, nada como los raviolis rellenos de queso frito bañados en miel conocidos como «sebadas». En las cartas de vino, los tintos de la isla son fuertes, mientras que los blancos tienden a ser ligeros. Entre los más aconsejables y típicos destaca el vernaccia, de color ambar y seco.
Así, Cerdeña es una verdadera opción turística del mediterráneo.
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