La costumbre de “chacharear”, es decir, de comprar, vender e intercambiar objetos usados, data desde antes de la Colonia, ya que desde el siglo XVII encontrábamos el primer mercado de “Baratillo” (o de cosas baratas), en el Zócalo de la Ciudad de México.
Ahora, como resultado de la agudización de la crisis y el desempleo, los “tianguis” avanzan sobre el asfalto como hiedra, con ramificaciones que invaden nuevas calles.
El Mercado de Pulgas, también es conocido como Tianguis, palabra de origen náhuatl, y como ya mencionamos, se le llama asimismo baratillo, y en algunos países, Tenderete.
La famosa Lagunilla de la capital mexicana es, de los tianguis de chácharas citadinos, el de mayor tradición, al cual acuden principalmente los domingos hasta turistas en busca de antigüedades.
Desde siempre, se ha escuchado la frase: «lo compré en La Lagunilla«, y a todos les hace recordar algún pasaje de su vida, como la anécdota de que el ingeniero Guillermo González Camarena, mítico inventor mexicano del televisor a colores, recorría los puestos de chácharas de Tepito y La Lagunilla en busca de piezas con las cuales construyó su primera cámara de video, en 1934.
En su edición de los años 70 del siglo pasado, la Enciclopedia de México menciona a un vendedor célebre en La Lagunilla de esa época: El Chacharitas, «quien vende toda clase de antigüedades y chucherías y es el más popular» del mercado.
El Chacharitas adquirió fama entre coleccionistas mexicanos y extranjeros porque acumulaba objetos de gran valor en una enorme bodega, a precios elevadísimos, pero sabiendo negociar se podían conseguir rebajas considerables.
En la Lagunilla, prácticamente hay de todo. Cerca, un radio Philco suena tan campante como cuando salió a la venta, a principios del siglo XX; sus bocinas emiten con fuerza los acordes de un danzón de Acerina, mientras el librero Carlos Ibarra indica que vende parte de su biblioteca con el objetivo de crear el museo de la tarjeta postal.
Explica que la importancia de la deltiología o estudio de las tarjetas postales, radica en que éstas permiten ver cómo era una ciudad, sus edificios y calles en épocas pasadas, lo cual es imprescindible en México, donde «si a algo nos hemos dedicado es a destruir nuestro patrimonio arquitectónico». Informa que el profesor Jesús García Olvera, ya fallecido, fue el iniciador del acervo de tarjetas postales que conformará el museo, con cerca de 30 mil piezas.
El arquitecto Jorge Zavala, restaurador de monumentos históricos, asiduo visitante de La Lagunilla, platica que acude en busca de libros, máscaras, botellas, cerámica y artesanía del siglo XIX y principios del XX. Indica que tiene una colección de máscaras mexicanas, «que he formado desde hace 25 años, cuando empecé a venir… Ya no es lo mismo, el tianguis está siendo invadido por ropa y fayuca. Antes había más libros y muebles antiguos”.
María Félix, la diva del cine mexicano, fue también una destacada anticuaria. En 2001, poco antes de morir, participó en la primera feria de arte y antigüedades, realizada en el museo Franz Mayer. Y a propósito de este hombre, nacido en Manheim, Alemania, leemos en su biografía que llegó a México en 1905, a los 21 años, y su talento empresarial le permitió acumular gran fortuna, que invirtió en satisfacer su vocación de coleccionista. Al morir legó sus tesoros a su país de adopción.
En este mercado podrás encontrar todo tipo de antigüedades, tanto originales, réplicas y en muchos casos copias
El nombre de Mercado de las Pulgas, proviene de Saint Ouen y empieza al final del siglo XIX. En aquel entonces, los concejales de París decidieron que los traperos y chamarileros ya no podrían trabajar sobre el territorio de la ciudad. Total, atravesaron las últimas fortificaciones y se instalaron en los municipios limítrofes, a las puertas de la Capital. En Saint-Ouen las exposiciones regulares de mercancías empezaron en 1880 pero la verdadera fecha de nacimiento del Mercado de las Pulgas es 1885.
Hoy, la Lagunilla es un conjunto de mercados que atienden diferentes aspectos del abasto de un gran segmento de la Ciudad de México. Originalmente sirvió para atender dos nuevas colonias, la Guerrero y la Santa María de la Ribera, para lo cual en 1912 se edificó un mercado anexo al original llamado de Santa Catarina. Para este propósito, el Ayuntamiento compró la manzana inscrita en el Callejón del Basilisco, la Plazuela del Tequesquite, el Callejón de los Papas y la segunda calle de la Amargura, y confió la obra, terminada en 1913, a los ingenieros Miguel Ángel de Quevedo y Ernesto Canseco.
Dicho mercado estaba dedicado a la venta de comestibles fundamentalmente, con secciones para aves de corral y pescado. A semejanza de lo sucedido en todos los demás mercados citadinos, fueron estableciéndose en las calles circundantes y vecinas al mercado, sin orden ni concierto, puestos de madera con techos lámina o también madera, para la venta de legumbres, dulces, telas, y efectos varios, dificultando el paso de vehículos hasta hacerlas prácticamente intransitables.
Esta situación prevaleció hasta mediados de la década de los cincuenta, en que el Departamento del Distrito Federal construyó numerosos mercados para sustituir los viejos.
Así el Nuevo Mercado de Santa Catarina, llamado por el vulgo como La Lagunilla, fue reemplazado por un conjunto de tres edificios: el primero para semillas, legumbres, frutas, pescado y aves, en la calle de Libertad y Callejón de San Camilo (140 puestos); el segundo para ropa y telas, enmarcado por las calles de Rayón, Allende, Ecuador y el Callejón de la Vaquita (499 puestos); el Tercero para muebles y varios, en las calles de Allende, Honduras y Libertad y Comonfort.
Muy accesible por metro en las lineas 8 estación Garibaldi y B en la estación Lagunilla
Cada uno dispone de comedor y guardería infantil. Los domingos se hace un tianguis a lo largo de la séptima cuadra de Allende, donde se expenden libros, frutas, dulces, nieve, joyería barata, hojalata, latón, bronce, animalitos, vajillas de vidrio soplado, flores de papel y de plástico, cinturones, carteras, monederos, y otros artículos de cuero, juguetes de peluche, lámparas de cristal y vidrio, guitarras y otras cosas; en la ancha calle de Rayón, entre las de Allende y Comonfort, encuentras el más extraordinario tianguis de cosas usadas, que atrae a miles de curiosos, a compradores eventuales y, sobre todo, a conocedores de antigüedades y a turistas.
Se pueden encontrar las más variadas mercancías: platones, platos y jarrones antiguos de cerámica y porcelana españoles, franceses e ingleses; candelabros y otros objetos de plata y bronce; candiles, boros y pisapapeles de cristal; muebles de varios estilos (Luis XV, Colonial, Chippendale), tapetes, cuchillería, armas viejas, fonógrafos, radios, teléfonos y plumas fuente ya en desuso; crisoles, pomos de cristal de botica y herramientas de todas clases; planchas de hierro, espuelas, estribos y arzones; monedas y billetes antiguos, entre un universo de posibilidades para comprar.
Parece que la Lagunilla no tendrá fin, aún con el crecimiento de la ciudad, ya que es ya parte de la tradición de la ciudad, es herencia de costumbres de mercar que traemos en la sangre, y que de una u otra manera, nos solidarizan como mexicanos, sin importar nuestra condición social, ya que a la lagunilla va todo mundo, ya sea por necesidad o por excentricidad.
Más información: Mercado Lagunilla. Ropa y telas