Conocer las bodegas, los viñedos y degustar los caldos de La Rioja es un excelente argumento para recorrer esta región española, la cual es mucho más que vino, si bien todo queda impregnado por los efluvios de este manjar.
Nombrar a La Rioja es traer al paladar el sabor del vino. Sin embargo, las tierras riojanas ofrecen mucho más al visitante, especialmente en estos días: Paisajes variados y con personalidad, pueblos orgullosos de su dilatada historia y gente trabajadora y amable que multiplica el encanto de la región.
Paladeando el paisaje
Cualquier época del año es buena para viajar a estas tierras, que con el frío a fines del otoño y los meses invernales, tiene un atractivo especial. Se podría decir que en estas fechas el paisaje huele a trabajo bien hecho, ya que en un territorio eminentemente agrícola como La Rioja, el frío supone el tiempo de descanso tras las duras tareas del campo y el momento de gozar de sus frutos.
El mejor modo para conocer en profundidad estas tierras es acercarse a ellas como si de un experto catador de vinos se tratara. Hay que aplicar los sentidos al viaje, y siguiendo el orden de una cata, en primer lugar hay que establecer contacto visual con el paisaje y sus pueblos. Después es importante oler, captar los aromas de la tierra y su gente. Y por último, el momento más placentero, la hora de degustar, paladear La Rioja.
Visiones medievales
La poca extensión de La Rioja hace que sea fácil recorrerla. Caminando por estas tierras rápidamente se aprecia que, pese a su tamaño, contienen un amplio espectro de paisajes, desde las fértiles tierras ribereñas a montañas pertenecientes al Sistema Ibérico.
Así es posible ver un abanico de colores y formas diferentes y todas ellas bellas. Se distinguen los verdes en las huertas a orillas de ríos, algunas huertas tan fecundas como el llamado pueblo de la verdura: Calahorra, regado por las aguas del Ebro. A escasa distancia se descubren los tonos de madera y los ocres en los bosques que pueblan las sierras que esculpen el sudoeste riojano: la sierra de la Demanda, Urbión o Cameros. Y por último se contempla el blanco de la nieve en las cumbres, como en la estación de esquí de Valdezcaray.
Pero aún queda una nota importante por ver en el paisaje: las poblaciones rodeadas de viñas, ríos y montañas. Ahí el color que predomina es el de la dura piedra, ya que se trata de pueblos de remotos orígenes. Por sus calles empedradas abundan palacios, grandes casonas y viejas iglesias que en muchos casos nos trasladan hasta la Edad Media. Este es el caso de poblaciones tan espectaculares como Haro, Briones o Santo Domingo de la Calzada.
Olores e historia
En estas localidades y muchas otras es donde se huele la larga historia del territorio. En lugares como Santo Domingo de la Calzada el aroma nos convierte en peregrinos. De hecho, el apelativo “de la Calzada” alude al Camino de Santiago, una vía todavía transitada por miles de personas que caminan hasta la lejana Catedral de Santiago de Compostela en tierras gallegas.
Esa fragancia histórica también se respira en sitios como San Millán de la Cogolla, concretamente en su Monasterio de Yuso, cuya iglesia, claustros y demás dependencias son obras de varios siglos, si bien lo más espectacular del conjunto data del periodo que va entre el estilo renacentista y el barroco, es decir, entre el siglo XVI y el XVIII.
Preciados sabores de La Rioja
Un paseo por los pueblos de La Rioja nos muestra poblaciones trabajadoras y prósperas, cuya riqueza se ha basado en cultivar los campos. Lo cual hoy sigue siendo su principal patrimonio. Y para valorarlo en toda su dimensión se hace necesario el último de los sentidos importantes en una cata: el gusto.
Es evidente que el emblema de los productos riojanos es su vino. Durante un viaje a La Rioja es imposible no probarlo en sus restaurantes y bares. De hecho, se considera un pecado visitar estos pueblos y no degustar su vino. Y una vez que se ha catado ya no hay remedio, se acaba comprando alguna botella para beberla después en casa. Para eso se puede acudir a alguna de las muchas tiendas especializadas abiertas en cualquier población, o también se puede adquirir en las propias bodegas, donde se podrá probar antes de comprarlo.
No obstante, además del vino también son exquisitos los productos agrícolas como los pimientos, alcachofas, espárragos, tomates, y en general todas las verduras de huerta. Cada una de ellas por separado o unidas en menestras, sopas y cocidos son verdaderas delicatesen apreciadas en cualquier rincón de España. Sin olvidar otro ingrediente básico de la gastronomía riojana: sus carnes. Las hay para todos los gustos. De caza como codornices o conejos. De granja como el cordero o el cerdo. Y sobre todo en forma de sabrosos embutidos como sus chorizos y salchichones.
Cuna del castellano
Al catar el vino no se aplica el sentido del oído. Sin embargo, al viajar a La Rioja sí que es importante escucharla. En estas tierras se encuentran las raíces más profundas de nuestra lengua española. En el monasterio de Suso se custodia el texto escrito en castellano más antiguo, se trata de las Glosas Emilianenses.
Y muy cerca de este monasterio está la aldea de Berceo, la cuna del escritor con nombre conocido más antiguo de nuestro idioma: Gonzalo de Berceo. Un monje que dejó escritas varias obras poéticas, entre ellas los versos de Los Milagros de Nuestra Señora.
Por conocer los lugares que salvaguardan los orígenes de una lengua que une a casi quinientos millones de personas que hablan, escriben y leen en el mismo idioma, bien merece una visita La Rioja.
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