Hubo una época en la que las aves no son como las conocemos ahora. Entre ellas había constantes riñas porque todas creían que tenían mayor importancia que las otras, algunas por lo bello de su canto, otras por sus llamativos plumajes.
En ese entonces, el Gran Espíritu que todo lo sabe y todo lo ha creado, convocó a una asamblea, para elegir a una que pudiera gobernar a todas las aves, con la nobleza que requería tan elevado cargo, lo cual fue motivo para que cada una comenzará a exaltar sus atributos, cánticos y follaje.
“Seguramente será elegida el ave con el canto más dulce”, dijo Xkokolch, el ruiseñor, desde la rama de un grueso árbol, “así podrá lograr el concenso de todas y su voz será una caricia para las que se encuentren apesadumbradas”.
“Te equivocas -replicó Cutz, el Pavo Montés, mientras se posaba en otro árbol- eso no es lo que necesitamos. Quien gobierne a las otras aves debe ser fuerte, con el carácter y rigidez que el puesto requiere, para poner orden donde nunca lo ha habido”, y con sus garras rompió la rama en la que estaba posado.
“¡Estoy en desacuerdo! -contestó Chac-dzibdzib, el Cardenal, mientras desplegaba sus alas- no hay otra ave que sea más capaz que yo para gobernar aquí. Mi trayectoria es impecable, y todo el mundo se admira de mi plumaje color escarlata”.
Por su parte, el Dzul-Cutz, el Pavo Real, escuchaba envidioso a las otras aves y se inhibía por su escaso atractivo. Sin embargo, no dudo en maliciar y le vino a la mente Puhuy, el mensajero de los caminos, quien por estar ausente no se había enterado de que las aves discutían quién debía ganar el concurso.
El Pavo Real decidió acudir a visitar al Puhuy y comentarle lo del concurso, refiriendo que el era un pájaro muy pequeño y que aunque tenía buen plumaje, tal vez le podría faltar la elegancia y gracia que él como Pavo Real poseía, de ahí que le propuso:
“Si tú me prestas tu plumaje, yo podría ganar el concurso y entonces compartiría las riquezas y honores de mi reino”.
El pájaro Puhuy al principio desconfió, pero después de que Dzul-Cutz le insistió, logró quedar convencido y le prestó sus plumas, que al principio fueron pocas pero después se reprodujeron para cubrir el cuerpo del Pavo Real con un estupendo vestido con una larga cola, con el color turquesa del mar y los colores cálidos del atardecer.
Dzul-Cutz el Pavo Real, se dirigió al elegante lugar donde se habían reunido las aves a elegir al Rey de las Aves; al entrar contoneándose y con el cuello erguido, causó exclamaciones y las aves más bellas, que habían pensado ser merecedoras del primer lugar, movieron la cabeza con incredulidad al contemplar la galanura con la que se adueñaba Dzul-Cutz del evento, mientras entonaba un melodioso gorjeo.
El Gran Espíritu, maravillado ante la imagen del Pavo Real, no dudó en proclamarlo como Monarca de las Aves, ordenando difundir la noticia por todos los alrededores.
Una vez con el triunfo, Dzul-Cutz no devolvió a Puhuy sus plumas, y mientras se llenaba de riquezas y honores se olvidó del favor que le hizo el Puhuy, el cual semanas después apareció tapándose debajo de un arbusto, y con frío.
Al poco tiempo, las demás aves, quienes se enteraron de la verdad, hicieron saber al Gran Espíritu que el Pavo Real había logrado ese bello plumaje por medio de la traición y exigieron que fuera castigado.
Desde entonces, cada vez que el majestuoso Pavo Real abre el pico, no sale más un bello canto de su garganta, sino un sonido desagradable que causa risa en las otras aves, en castigo a su mala acción.
Por su parte, en recompensa y ayuda a su nobleza, las demás aves le obsequiaron plumas al Puhuy para que este se pudiera vestir. Sin embargo, cuenta la leyenda que el grito de la avecilla se cruza en la penumbra por los caminos de la región del Mayab, de forma que cual viajero se le atraviese, muestra su cuerpo que, al ser bañado por la luna, advierte mil colores en distintas texturas que conforman su plumaje.