Era la primera vez que visitaba la ciudad de Morelia, capital del
estado de Michoacán. Su armonía y cadencia plástica me enamoraron a primera vista. El diseño ortogonal de su traza se palpa a cada paso. Es un centro urbano novohispano y actual con diversos estilos arquitectónicos que finalmente generaron uno propio, distinto y festivo que resume 470 años de historia.
Amor sin esperanza
Al entrar a la Catedral, recordé algunas de las leyendas coloniales que hablan de ella y su monumental órgano de principios de siglo constituido por 4,600 flautas, cuya música resuena magistral entre sus muros de cantera rosa. El relato que recordé se refiere a una joven artista, virtuosa del violín, quien solía acompañar las misas dominicales interpretando el Ave María al final de las homilías.
La última vez que regaló a los parroquianos los acordes de su música, desapareció misteriosamente y nunca más se le volvió a ver o escuchar. Se decía que el caballero a quien amaba no le correspondía y que ella, en un arranque de desesperación se había quitado la vida. También se decía que sus interpretaciones estaban cargadas de gran emoción debido al amor frustrado que vivía.
A la sombra del olvido
Comencé a admirar el coloso de piedra rosa con sus torres de casi 70 metros de altura, una triple fachada con retablos y tres patios interiores adornados con pinturas murales. Salí a uno de ellos, respiré profundamente al estar en contacto con el jardín y de pronto descubrí a una joven sentada en una banca a la sombra de un enorme rosal. En ese mismo instante comencé a escuchar el Ave María interpretado con violín.
La música era celestial y provenía del inmueble. Fue tanta mi admiración que enseguida me volví al interior de la Catedral, pero cuál sería mi sorpresa que al entrar, la música cesó. Su ejecución maestra concluyó suavemente, como un suspiro.
Un intenso escalofrío se apoderó de mí al recapacitar que no era domingo, ni caía la tarde, sino sábado por la mañana. Mi sobresalto fue mayor cuando regresé al patio y éste se encontraba solo, absolutamente solo, sin la huella de que alguien más hubiera estado ahí.
Contrariada, más bien inquieta, salí del recinto y comencé a caminar por el cuidado Centro Histórico de la ciudad, admirando su Plaza de Armas y el Palacio Clavijero. Me pregunté entonces qué historias y leyendas guardan entre sus muros, estos vetustos palacios coloniales.
La calma volvió a mí y decidí disfrutar a plenitud la hermosa capital de Morelia una de las ciudades más bellas de México, declarada Patrimonio de la Humanidad en 1991.