Para el resto del mundo, el culto a los muertos es una costumbre más bien de aspecto macabro; para los mexicanos, desde épocas ancestrales, ha sido motivo para una de nuestras tradiciones más hermosas.
Para ello, Mixquic es un lugar digno de ser visitado, al igual que sus alrededores, donde se encuentran conventos, capillas, templos y parroquias que datan del siglo XVI. Se ubica en la alcaldía Tláhuac, al sureste de la ciudad de México y se fundó hacia fines del siglo XII en una isla de lo que fuera el antiguo lago de Xochimilco.
Su nombre significa «lugar de quien cuida el agua» o “en el mezquite”, pero también se le podría llamar “lugar donde el Día de Muertos ha permanecido fiel a su esencia”, dándole gran fama, incluso, internacional a esta localidad.
Según la creencia popular, las ánimas empiezan a llegar al pueblo el 1º de noviembre a las 12 del día, cuando el sol pasa por el cenit. El día 2 a las 4 de la tarde, se escuchan las campanas del convento Agustino y las familias de Mixquic se dirigen en silencio al campo santo donde entre flores de cempasúchil, gladiolas y veladoras encendidas rezarán por las almas de sus parientes fallecidos.
En estos días, se estima que superan los 15 mil los visitantes que gustan de presenciar maravillados las festividades, así como las alfombras de aserrín que forman flores e imágenes.
Esto se debe a que la fiesta está muy apegada a la antigua tradición, además de por la alegre feria del pueblo, dónde se vende diversidad de antojitos, incluyendo el tradicional pan de pueblo, además de la música de mariachis y escenificaciones cómicas alusivas a la muerte.
Los preparativos para la fiesta comienzan desde mediados de octubre en las casas de cada familia. En la entrada ponen una estrella hecha de papel, con un foco en medio, la cual se retira hasta el 3 de noviembre; esto se hace con la idea de guiar por medio de la luz a las ánimas visitantes. Días antes de la fiesta, tanto la casa como la tumba del difunto se arreglan, teniendo que estar muy limpias y frescas para que las ánimas encuentren reposo y tranquilidad durante su visita.
En las ofrendas se colocan diversos objetos que el difunto solía comer o beber: Se coloca agua para que sacie su sed y sal como elemento purificador que sirve para que el cuerpo no se corrompa en su viaje de ida y vuelta del año siguiente; Velas donde la flama significa esperanza y sirve de guía para que puedan llegar a sus antiguos lugares, además de alumbrar el regreso a su morada (En algunas ofrendas cada vela significa un difunto); Copal: como elemento que sublima la oración, limpia el lugar y aleja a los malos espíritus; Flores, que por sus colores y aromas, adornan y aromatizan el lugar durante la estancia del ánima. La flor amarilla del cempasúchil (zempoalxóchitl) -que significa en náhuatl «veinte flor»-, deshojada, es el camino de color y olor que traza las rutas a las casa y ofrendas ya que se cree que este color lo pueden ver muy claramente en la oscuridad las ánimas; El Petate: como cama o mesa para que las ánimas descansen en él; El pan de muerto y las cañas: relacionados con el tzompantli, (el pan simboliza los cráneos de los enemigos vencidos y las cañas las varas donde se ensartaban).
Hay muchos otros elementos como un retrato del difunto, un plato de mole, frutas, calaveras de azúcar, un tequila o licor, -según la preferencia del difunto-, una cruz que señala los cuatro puntos cardinales para que el alma no se pierda, cadenas de papel morado y amarillo que significa la unión entre la vida y la muerte, papel picado y objetos personales o que le agradaban al difunto.
Prácticamente, la fiesta comienza el 30 de octubre con las ofrendas familiares. A las 12 de la noche suenan 12 campanadas anunciando la llegada de las almas de los niños.
El 1 de Noviembre se dedica a los muertos chiquitos ya que se cree que por ser niños, llegan corriendo primero. Se les prepara una ofrenda con flores y velas blancas, pues este color simboliza la pureza de estos inocentes difuntos. Estas ofrendas se adornan con juguetes tradicionales mexicanos, pintados con colores alegres; así, cuando lleguen las ánimas de los difuntos “chiquitos” podrán jugar tal como lo hacían en vida.
El perrito Izcuintle, juguete que no debe de faltar en las ofrendas a los niños, es el que ayuda a las almas a cruzar el río Chiconauhuapan, que es el último paso para llegar al Mictlán.
Hay que hacer notar que todos los elementos de estas ofrendas están a escala reducida y no debe ponerse ningún elemento de una ofrenda de adulto, ya que de ser así los niños se enojarán, se entristecerán y no comerán lo ofrecido.
Por la mañana de ese día, se ofrece un desayuno a estas pequeñas almas. Al medio día suenan de nuevo las campanas de la iglesia anunciando la despedida de los muertos chiquitos. Es momento de cambiar las flores blancas de la ofrendas por las amarillas de cempasúchil.
Ya por la noche, los nativos practican una tradición muy antigua que comienza con el sonido de las campanas de la iglesia, «la hora del campanero», donde se juntan grupos de niños y adultos del pueblo que llevan campanas, van visitando las ofrendas de las casas de sus amigos, vecinos y parientes, cantando: «a las ánimas benditas les prendemos sus ceritas. Campanero, mi tamal». Recibiendo a cambio tamales, dulces o fruta del mismo altar.
Ya entrada la noche, llevan a cabo un concurso de calaveras de cartón, con motivos bastante satíricos y muy divertidos, donde se aprecia muy bien la creatividad y el humor del mexicano.
Al día siguiente, es la tradicional noche en el panteón. Las tumbas son decoradas cuidadosa y cariñosamente con diversos dibujos en los que destacan los de la Virgen o de la Cruz. Estos diseños se realizan esparciendo pétalos de flores de cempasúchitl.
Todo el panteón queda iluminado por miles de velas y cirios, el humo de copal rodea los rostros de las personas que se han reunido para convivir con sus difuntos. El amor y el respeto es el elemento clave de esta celebración.
Así, visitar la iglesia de San Andrés es presenciar el encuentro de dos culturas. Este templo se encuentra en el centro del pueblo y fue edificado en 1537 por los frailes agustinos. En febrero de 1932 fue declarado monumento histórico. Es una iglesia muy particular, digna de ser visitada cualquier día del año.
El tzompantli que se encuentra a la derecha del atrio y que se coloca en esta fecha, da un matiz diferente a esta iglesia. Durante la época prehispánica, el tzompantli era una advertencia para los enemigos. Se formaba con cráneos ensartados en estacas.
Actualmente, las calaveras con perforaciones apiladas unas sobre otras, siguen conservando algo de esa advertencia. Hacen que el visitante se pregunte cuál es su relación -si la hay- con las calaveritas de azúcar o el pan de muerto de las ofrendas.
Es así que Mixquic es un destino obligado, debido a que su atractivo va más allá del día de muertos, dado que su historia se remonta a los años antes de la conquista. El museo de San Andrés con piezas tales como la figura de Mixquixtli, diosa de la vida y de la muerte; la escultura de un Chac-mool, el mensajero de los dioses, misma que está franqueada por dos aros de juego de pelota y más, son todo un atractivo.
Como llegar a Mixquic
Si deseas visitar este histórico lugar, puedes tomar por el Periférico hasta la avenida Tláhuac y seguir los señalamientos. También puedes hacerlo por la autopista México-Puebla con dirección a Chalco-Mixquic, o en la entrada de la autopista México-Puebla con dirección Eje 10 Santa Martha -Mixquic.
De igual manera, hay transporte público que llega a Mixquic. Desde la terminal de la línea 2 del metro, en Taxqueña, salen camiones RTP,, así como transporte colectivo directo al centro de Mixquic.
Más información: Alcaldía Tlahuac