La receta perfecta entre el romanticismo, la fantasía y la realidad no se encuentra únicamente en los cuentos de Disney. Al norte de Francia, en la región de Normandía, una isla mareal alberga una construcción cuyas características rozan lo épico. Se trata del Monte Saint Michel, una ciudad medieval que por sus cualidades geográficas, históricas y arquitectónicas se ha convertido en uno de los centros de peregrinaje más importantes del país.
La victoria del bien
La historia cuenta que el origen de esta legendaria construcción se remonta al año 709 d.C. En ese entonces San Auberto era obispo de Avranches, una ciudad cercana al Monte Saint Michel. La leyenda dicta: «Cuentan que el demonio, que había adquirido cuerpo de dragón marino, aterrorizaba a la pobre gente del lugar, allá por el siglo VIII. Desde el cielo, y compadeciéndose de los pobres mortales, el arcángel San Miguel, líder de los ejércitos celestiales, fue enviado junto a sus tropas para acabar con tan terrible amenaza.
Así pues, San Miguel se dirigió hasta el monte Tombe y allí comenzó la cruenta batalla que llegó a ser terriblemente feroz. Finalmente, San Miguel y sus tropas se alzaron con la victoria al cortar éste la cabeza del maléfico dragón con su espada divina.
Cuentan que el Obispo de Avranches, San Auberto, presenció la violenta contienda y que, en noches sucesivas, recibió en sueños mensajes enviados por el propio arcángel. En ellos le pedía que construyera un monumento en conmemoración de la victoria del bien sobre las fuerzas oscuras, en el mismo lugar en el que aquélla había tenido lugar. Y así se hizo: en año 709, San Auberto fundó la abadía de Saint-Michel«.
La visita a Saint Michel inicia ingresando a la plazoleta central. Sus laberínticas calles, el aire medieval y las construcciones en piedra forman un interesante escenario para comenzar el paseo.
Uno a uno fueron traídos los bloques de distintas regiones para cumplir el deseo divino, y lograr enclavar el santuario en lo que ese entonces era tan sólo un rocoso monte en medio del bosque. De a poco fueron llegando monjes benedictinos que se establecieron en la abadía, y más tarde peregrinos y comerciantes de velas, que dieron paso a la ciudadela medieval que aún hoy conserva su apariencia. Pero un año más tarde la zona se vio inundada y cubrió toda la foresta, dejando al Monte Saint Michel aislado de tierra firme, rodeado por el mar al crecer la marea y por un campo de arenas movedizas al bajar el nivel del océano.
Pese a que varios siglos han transcurrido desde aquél episodio natural, el fenómeno se sigue repitiendo. La velocidad en que suben las aguas es tan repentina que en la antigüedad era sentencia de muerte de muchos feligreses desprevenidos. Actualmente, este fenómeno que ocurre dos veces al día se ha vuelto una tradición entre los turistas, quienes acuden a presenciar la inundación y el cambio del paisaje que las aguas traen consigo. La moderna carretera que une al Monte con tierra firme impide que los visitantes queden atrapados durante la pleamar, aunque en la antigüedad sólo se podía llegar a pie o en barco según la marea.
Símbolo de resistencia
Esta condición de aislamiento temporal ha permitido que a lo largo de la historia el Monte Saint Michel se convirtiera en un punto militar estratégico de gran importancia, especialmente durante la Guerra de los Cien Años. Pese a los reiterados intentos de las tropas inglesas por tomar el bastión, su ubicación favorecida le impidió a las fuerzas enemigas lograr su cometido, convirtiendo al lugar en un símbolo de resistencia y de esperanza para la patria franca durante el conflicto. Pero sus años de gloria se extinguieron de la mano de la Revolución Francesa, cuando fue convertido en prisión para albergar a los más de 300 sacerdotes que se negaban a la nueva constitución del clero. Casi cien años más tarde la cárcel fue cerrada y el Monte fue tomando, poco a poco, su carácter de icono histórico, religioso y turístico que tiene hoy en día. Fue declarado Patrimonio Cultural de La Humanidad en el año 1979 por la UNESCO.
La visita inicia ingresando a la ciudadela. Sus laberínticas calles, el aire medieval y las construcciones en piedra forman un interesante escenario para comenzar el paseo. Las casas que antaño albergaban a vendedores de velas, hoy siguen siendo hogar de comerciantes que se dedican, principalmente, a la venta de souvenirs. Son varias las calles empinadas desde las que se puede acceder al Monasterio y en todas ellas es posible adquirir los típicos recuerdos, en particular, la clásica figura de Saint Michel.
Fusión arquitectónica
Una vez en la cima se llega a la abadía, la icónica construcción que se divisa en todas las postales del Monte. La edificación original era netamente románica, aunque de aquél estilo puro sólo resta la nave central, siendo el resto una fusión con el gótico. El claustro, por su parte, fue construido por los monjes benedictinos en el siglo XIII. En la actualidad, la orden sigue residiendo entre las paredes frías y húmedas. Sus plegarias y meditaciones no son interrumpidas por los tres millones de turistas que visitan anualmente el Monte Saint Michel ni por las campanadas que anuncian la pleamar para el goce de los visitantes. Los monjes continúan ahí, cumpliendo un legado que se ha vuelto casi mítico. Tan mítico como todas las leyendas de fantasmas y dragones que giran en torno a este gigante enclavado en el mar.
Cómo llegar: Mont Saint Michel se encuentra a unos 360 km. de París. Existen varias empresas que ofrecen tours de día completo partiendo de la capital. Otra opción es viajar hasta Avranches o Saint – Malo y realizar el paseo desde ahí.
Más información: http://www.abbaye-mont-saint-michel.fr/es/