A fines del Siglo XIX, vivían en Tapalpa, Jalisco cuatro comadres a las que se les conocía como las Marías Lenguas, por lo argüenderas que eran.
Generalmente se reunían en la pila más cercana a sus casas, en este caso la de “Las Culebras”.
No se sabía quién era la peor de las cuatro Marías, algunos dicen que María Tomasa, otros que María Eduviges, María Natalia o María Amaranta; lo cierto es que las cuatro tenían suficiente mérito para manejar la calumnia con verdadera acidez.
En una de las tantas ocasiones que ellas se reunían, llegó el indio Macario, de quien se decía era un antiguo brujo otomí cuyos poderes eran extraordinarios; al verlas Macario enredadas en sus ya cotidianas confabulaciones, les advirtió que si seguían haciendo daño a las personas con sus venenosos chismes, pagarían en justo precio las consecuencias.
Ellas, insensatas que eran, se rieron de Macario, insultándolo de muy agresivas formas; entonces él les dijo: “Les di una oportunidad para que recapacitaran y cambiaran sus perniciosas costumbres, pero los hábitos los tienen tan arraigados que pagarán con el castigo que merecen«. Y diciendo esto, expresó en idioma otomí un conjuro, a la vez que, tomando agua de la pila, mojó a las cuatro Marías.
En ese mismo instante, las mujeres comenzaron a contorsionarse en extrañas convulsiones, y cayendo al suelo se fueron transformando en serpientes.
“Para que eso sirva de ejemplo a todos los que no saben los daños que causan con sus intrigas y torcidos chismes, quedarán por siempre como culebras de piedra”, dijo Macario.
Él se fue y en el búcaro de la pila quedaron grabadas las cuatro Marías ya petrificadas.
Y desde esa época, a la fuente del Fresnito, se le conoce como la Pila de las Culebras.