Cae el sol y frente al horizonte se perfila sobre el malecón el edificio de Pemex; más allá, se ven los cargueros que descansan para luego partir nuevamente al océano; este cuadro romántico y porteño se complementa con las notas de los sones, el harpa y la jarana, aunados al taconeo de los jarochos que, orgullosos de su tierra y sus costumbres, alzan la cara mientras bailan y visten con blancura extrema. Sus ricos adornos, para ellas en mandiles, rebozos y abanicos, vuelan y enmarcan a ellos, que portan galantes su pañoleta roja al cuello, su sombrero de palma y sus botines.
Agustín Lara le cantó a este puerto y a sus palmeras “borrachas de sol” en un homenaje a la belleza de esta tierra y su gente. ¡Sólo Veracruz es bello! reza el cantar popular por estos lares, y al visitarlos no queda más que comprobarlo y rendirse ante sus atractivos, su música, su gastronomía, sus mujeres y su magia. Porque ¡vaya que Veracruz es mágico! Cada tarde en el Parque Zamora se percibe el ambiente que caracteriza a esta ciudad donde la calidez emana por doquier.
El Puerto de Veracruz no es un destino turístico inventado de la nada con fines lúdicos, como es el caso de Cancún o Los Cabos, por ejemplo; no, es una ciudad con una añeja historia que data de tiempos coloniales y que se continúa escribiendo día con día.
A esta región, llegaron en la época prehispánica tres culturas: Los huastecos, los totonacas y los olmecas, por lo que se piensa que entre ellos existía algún nexo cultural o étnico.
El capitán Juan de Grijalva fue el primer español en llegar a esas tierras, cuando arribó al islote San Juan de Ulúa. Posteriormente, Hernán Cortés fundaría la Villa Rica de la Veracruz, en abril de 1519, en las playas frente al islote tocado por Grijalva, llamadas entonces Chalchihuecan. Esta villa se convirtió en el primer ayuntamiento de América, su primer alcalde fue Francisco de Montejo.
El 14 de julio de 1523, el emperador Carlos I le otorgó a la Villa Rica de la Veracruz, el escudo de armas que hasta ahora porta.
La entonces llamada Villa Rica, tomó su nombre en virtud de la gran cantidad de oro tomado de los amerindios. Vera Cruz se debe a que los españoles llegaron al islote en un Viernes Santo, que es el día de la Verdadera Cruz.
El puerto es conocido como cuatro veces heroico por haber tenido lugar en él cuatro acontecimientos históricos en defensa de la soberanía de la Nación: En 1825, la rendición de los últimos españoles acuartelados en San Juan de Ulúa; En 1838, resistiendo el ataque francés durante la “Guerra de los pasteles”; En 1847 por su valerosa oposición al bombardeo de Estados Unidos durante la Guerra de Intervención; En 1914 por la defensa del puerto ante un nuevo y frustrado ataque norteamericano.
Aquí, en el Puerto, Benito Juárez instaló la capital del país durante la guerra de Reforma; y aquí, en el Puerto, desembarcó de la fragata austriaca «Novara» el ilustre Maximiliano de Habsburgo, después de haber recorrido miles de millas náuticas desde su castillo de Miramar en Trieste, Italia. Y en ese mismo barco, regresaría el cadáver del efímero emperador a Europa.
De la antigua grandeza de Veracruz, sin duda es San Juan de Ulúa la construcción más representativa. Después de haberse construido la villa con los sobrantes tablones de los barcos inútiles de los españoles, lo que le dio el sobrenombre de “ciudad de las tablas” por un tiempo, se vio emerger como el baluarte más importante de Latinoamérica a este fuerte maravilloso, lleno de historias y leyendas. Su construcción comenzó en 1535, principalmente a base de piedra coralina, con el fin principal de proteger al puerto de los ataques de filibusteros. Después de haber capitulado como fortaleza en 1825, más precisamente a mediados del Siglo XIX, San Juan de Ulúa se convirtió en prisión, la más temida de la época, un lugar sombrío al que nadie quería llegar y del que era más que imposible salir vivo.
Tras sus rejas estuvieron personajes como Fray Servando Teresa de Mier y Benito Juárez, aunque el más popular fue Jesús Arriaga. Si no te suena su nombre quizá lo conozcas como Chucho “el roto”, quien en la época del porfiriato y con toda la popularidad del pueblo, logró evadirse varias veces de la prisión, siendo el único en lograrlo. No obstante, hay otro personaje que también ha quedado en la memoria de los veracruzanos y grabado en las paredes del baluarte: La mulata de Córdoba, quien para escapar de la inquisición, dice la leyenda que pintó en la pared de su celda un barco que miraba hacia ultramar, en el cual escapó.
Sitio de leyendas, historias y de gran belleza estructural frente al mar, es uno de los sitios de Veracruz que no se pueden omitir en la visita.
Para ser un buen turista en el Puerto de Veracruz, hay que iniciar el día desayunando en La Parroquia y comenzar a terminarlo en Los Portales; pero para ser un buen viajero, hay que caminar sus calles, recorrer sin prisa el malecón, detenerse a comer una nieve, chacharear en los muchos locales de artesanías que hay en el embarcadero, platicar con la gente, comer un pescado a la veracruzana en alguna fonda sin pretensiones y beber una cerveza en alguna cantina que frecuenten marineros.
El tradicional Café de la Parroquia del Puerto de Veracruz
De hecho se dice que viajar a Veracruz y no ir a La Parroquia, es como no haber ido. Este café de grandes tradiciones fue fundado entre 1809 y 1810 por un joven catalán, José de Capdevill. Localizado en el lugar que se encontraba originalmente frente a la iglesia parroquial, de donde viene su nombre, fue manejado después por Rafael Méndez y el Señor González. En 1926 lo adquirió la familia Fernández hasta hoy día.
La Parroquia, ubicada frente al malecón, donde de entrada hay que pedir un café con leche, es el Alfa de una visita a esta ciudad veracruzana, la más famosa. Al ser el estado de México más largo, que lo mismo tiene frontera al norte con Tamaulipas, que al sur con Tabasco, los orgullosos porteños acuñaron la frase de que «Cualquiera puede nacer en Veracruz, el chiste es nacer en el Puerto».
La cafetería de La Parroquia es decimonónica, su existencia toca ya tres siglos y por eso es toda una institución tanto para los lugareños, como para los visitantes. Durante décadas ha sido el punto de encuentro lo mismo de políticos, que de estudiantes, artistas y personajes que han florecido a lo largo de tantos años.
Este singular restaurante tiene peculiaridades como son la forma de llamar al lechero que servirá desde lo alto la leche en nuestro café; Esto se hace tocando en el grueso vaso con la cuchara, costumbre que nació por el llamado que hacían por 1890 los choferes de los tranvías que pasaban enfrente y que con su campana pedían su café para llevar.
Otro particular del lugar favorito del “músico poeta”, Agustín Lara, es que no se hace “cola” para que te den mesa, hay que ser ágil y agarrarla como se van desocupando, cosa que nadie ve mal. Por último, el mesero es el cajero, e igual que cobra en las mesas, paga en la caja central, lo que le da un aire nostálgico y tradicional que no deja de sacarnos -a los que ya pasamos los 50-, una lágrima en recuerdo de las épocas en que las computadoras no existían ni en las mentes más aventuradas.
Dos ciudades en una
Históricamente, el Puerto de Veracruz y Boca del Río, un pueblo de pescadores junto al río Jamapa, fueron dos localidades separadas, pero sus sendos crecimientos urbanos las conurbaron y hoy prácticamente conforman una misma ciudad en la que la primera juega la parte de Centro Histórico y zona antigua, en tanto que la segunda representa la modernidad, con grandes hoteles, restaurantes, centros nocturnos, fraccionamientos, centros comerciales y un Centro de Convenciones.
Ante esta dualidad, las noches en esta urbe pueden comenzar de dos maneras: la clásica y la agitada. La clásica inicia de la mano del ocaso, ocupando una mesa en uno de los muchos restaurantes de Los Portales para dejarse inundar por el ambiente porteño y refrescarse con la noche que llega y con un trago.
Poco a poco los cinco sentidos se van empapando del lugar, con el ir y venir de la gente, con los grupos de diferentes músicas que tocan en las mesas, comprando y probando la botana que vendedores ambulantes ofrecen en su andar entre los comensales: igual quesitos que caracoles que aquí llaman teogogoles y que, como en muy pocos lugares del mundo, los dueños de los establecimiento permiten que sus clientes los adquieran y consuman en sus mesas. Igualmente habrá quien te ofrezca un «auténtico» Cohiba cubano por cincuenta pesos. Cómpralo, pero no les creas la marca, por ese precio nunca se conseguiría un Cohiba verdadero en México; sin embargo, te podrás fumar un buen puro veracruzano bastante barato, mientras escuchas y miras en la explanada bailar danzón con una orquesta en vivo. Tal vez te animes y saques a bailar a alguna de las muchas mujeres que suelen esperar bien arregladitas quién las invite.
La agitada consiste en cenar en algún buen restaurante del lado de Boca del Río, para después, como quien reza un rosario y va pasando bolitas entre los dedos, ir recorriendo a la par del malecón, pero siempre en dirección del Puerto, la infinidad de antros que forman un camino de diversión hacia el Puerto de Veracruz, donde las noches suelen ser largas, llenas de calor de todo tipo, de música, de sudor, de caderas prodigiosas envueltas en ligeros vestidos floreados, de sonrisas mulatas y rayos de luna que iluminan la espuma de las olas que hacen su nido en la orilla del mar. Ese es el Omega de un día porteño.
Otros atractivos
Volviendo al presente, hay una atracción que no puede dejarse de visitar en Veracruz: El Acuario. Lugar donde se conservan en forma espectacular las especies marinas más llamativas e impresionantes. Data del principio de los años 80, cuando el Gobierno Estatal seleccionó Playa Hornos, por su ubicación turísticamente privilegiada, para levantar un recinto de conservación para la fauna marina.
La obra del ingeniero Hiroshi Kamio se inauguró el 13 de noviembre de 1992. Para el 2002 se terminó su primera fase de ampliación, que incluyó un tanque para tiburones y otro para manatíes que verdaderamente nos dejan sin aliento.
Otro icono de la modernidad en el puerto es el Centro de Convenciones, conocido como el World Trade Center Veracruz; Es uno de los cinco más grandes que existen, con un salón de 9,000 m2, que aunado a los salones menos grandes, hacen un total de 13,000 m2. Junto a él, con un acceso directo, se encuentran un hotel de 5 estrellas, un centro comercial de gran envergadura y una pantalla imax. Puede albergar para congresos, expos o convenciones hasta 10,200 personas.
En cuanto a sus fiestas, el carnaval de Veracruz es sin duda el más importante del país. Se celebra desde la Colonia con fines meramente religiosos, y a partir de 1925, para conseguir fondos para diversas causas benéficas. También destaca la celebración de la Semana Santa y el torneo de pesca Sábalo de Plata. Pero en realidad, hablar de fiestas en Veracruz es hablar del diario acontecer en el puerto, ya que la alegría de los jarochos es tanta y tan contagiosa, que la Plaza a diario pareciera estar celebrando algo, y de hecho es así, porque los jarochos conmemoran diariamente vivir.
Y al mencionarlos, vale la pena preguntarnos el porqué del vocablo “jarocho”. Este viene de la palabra jara, que significa lanza o jarocha, utilizada por los negros, pasando después a ser un vocablo para nombrar a todas las personas con rasgos negroides de la región y por último, para todos los habitantes de la región de Sotavento.
No es extraño que esté ligada esa voz con los veracruzanos, ya que entre la raza negra y ellos existe un lazo en común que es la música rítmica, como el danzón, el son o la marimba.
Otra tradición del puerto y sus alrededores es la comida, muestra tan sólo, está representada por platillos como gorditas, picadas, empanadas, chilaquiles, tamales de masa y de elote, cabecitas de perro, tamal de cazuela, torta de elote, jaibas rellenas, el chilpachole de jaiba, huachinango a la veracruzana, sopa de mariscos, pulpos en su tinta, el “vuelve a la vida” y muchos más, que invitan a sentarse a la mesa, frente al mar, oyendo la marimba a lo lejos.
En Veracruz hay mucho más que visitar, por ejemplo: La Catedral, de estilo ecléctico, con tres grandes naves y cúpulas; El Teatro Clavijero, de impresionante factura; El Museo Agustín Lara, también conocido como “La Casita Blanca” y hogar del célebre músico; La Iglesia del Cristo del Buen Viaje, que recibía a los pescadores mulatos del río Tenoya y después, a cuanto viajero se aprestara a dejar la ciudad; El faro Venustiano Carranza, edificio del porfiriato que hoy es sede de las oficinas de la Armada de México; El mercado de artesanías, la Isla de Sacrificios y el Museo Histórico Naval; creado por la Secretaría de Marina, con11 salas permanentes en la primera sede de la Escuela Naval Militar.
Para el ecoturismo, relativamente cerca de la ciudad están Jalcomulco y Actopan, que cuentan con ríos caudalosos donde se practica el rafting, tirolesa, rapel, caminata y gotcha. Desde el puerto de Veracruz, Jalcomulco se encuentra a una hora al noroeste y Actopan a una hora al norte.
Como podemos ver, Veracruz es todo un abanico de posibilidades, diversión, nostalgia y sensaciones, que deben disfrutarse en un viaje del que no querrás volver.
Más información: Veracruz ¡Se antoja!