Francia ha dejado un buen número de testimonios de como la naturaleza sabe ofrecerse cálida y grandiosa. Todo bajo el signo del más grande de los vinos. Es la Ruta del Champagne.
Hay dos tumbas muy visitadas en esta zona. Una está en Colombey-les-deux-Eglises, en su cementerio municipal, y pertenece a uno de los hombres que mayor gloria dio a Francia: el General Charles de Gaulle. La otra está un tanto escondida en la remota abadía de Hautvillers, cerca de Reims, y hace compañía a Santa Helena, la madre de Constantino el Grande que descubrió la Santa Cruz en Jerusalén. Es la sepultura de Dom Pierre Perignon, un abad benedictino que no se distinguió por su santidad, sino por haber descubierto “por casualidad” el que muchos consideran el rey de los vinos: la champaña, sinónimo de celebración, bienestar y placer.
Recorrer esta región no muy conocida supone desde luego penetrar en los secretos de elaboración del oro líquido, en unos paisajes ondulantes repletos de vides que se desparraman bajo el peso de sus frutos; pero también viajar a la Edad Media y descubrir ciudades ancladas en el tiempo, vislumbrar agujas góticas que suben verticales hacia el cielo como las burbujas del champagne.
Entre Reims y Troyes discurre la Ruta Turística del Champagne, atravesando ciudades enclavadas en tierras cubiertas de viñedos. Durante todo el año hay más de 50 productores que acogen al visitante y le muestran los secretos de la elaboración. Todos ellos relatan, con pequeñas variantes, la anécdota en la que el abate Dom Pierre Perignon avisaba a sus cofrades de que había descubierto accidentalmente un vino con espuma. “Bajad hermanos -gritó alborozado- hay un vino que tiene estrellitas”, al ver en la cava botellas rotas producidas por una segunda fermentación ocurrida en la primavera.
Aquí se puede descubrir la mágica alquimia del vino de los reyes en las bodegas de Moët & Chandon, Mercier, Drappier, G.H Mumm & Cie, Piper-Heidsieck, Vranken Pommery, Veuve-Clicquot, Ponsardin -gigantescas catedrales subterráneas-, y degustar los caldos de la región (no sólo champaña), que asombran el paladar y todos los sentidos. Los viticultores, que actúan como guías espontáneos, cuentan todos los secretos de las tres cepas mejor adaptadas al suelo y al clima: el Pinot Negro, famoso por dar cuerpo a los vinos; el Pinot Meunier, buscado por su sabor afrutado y su aptitud a acelerar el proceso de maduración, y el Chardonnay con racimos blancos y una finura excepcional.
La estancia en Champagne-Ardenne tiene siempre la alegría de sus burbujas, el placer de sus sabores y el disfrute de sus aromas. Pero esta zona ofrece mucho más que viñedos y bodegas de reconocido nombre. La historia, el arte, la cultura y un entorno natural repleto de ríos, lagos, bosques y canales esperan al viajero.
Su patrimonio cultural y artístico es inmenso: castillos, catedrales, iglesias, ciudades medievales como Troyes que aún conservan sus fachadas con entramado de madera y fortalezas, tan impresionantes como imponentes, o la ciudad fortificada de Langres, patria de Diderot el fundador de la Enciclopedia, que mantiene bellas casas renacentistas ceñidas por cuatro kilómetros de murallas.
Y si el champagne corre por las venas de la tierra -kilómetros de bodegas excavadas en el subsuelo-, el agua lo hace por la piel de sus verdes y boscosos paisajes. Ríos navegables y más de 10 mil hectáreas de lagos y embalses, poblados por multitud de aves y rodeados por paisajes espectaculares, son el singular entorno donde podrás disfrutar de un crucero fluvial, practicar todo tipo de deportes acuáticos, saborear la vida natural observando la fauna o dedicarte al turismo rural paseando por alguna de las numerosas rutas de la zona.
La Ciudad de los Reyes en la ruta del champagne
Parece como si esta región estuviese acostumbrada a los milagros. Mucho antes de que el vino se transformase en estrellas, el poder divino se estableció en Reims. Ocurrió en 496, durante el bautismo de Clovis, Rey de los Francos. Este hecho marco a la ciudad, que se convirtió en el lugar de coronación de los reyes de Francia.
Basta con observar la majestuosidad de la catedral de Notre-Dame para entender la importancia de esta elección. Esculturas finamente cinceladas, ventanas altas y rosetones adornados con impresionantes vidrieras. Todo aquí incita al respeto. Y, a pesar de que Reims fue en gran parte destruida durante la Primera Guerra Mundial, ha sabido mantener la grandiosidad de aquellos tiempos gloriosos. No en vano, la UNESCO ha inscrito cuatro monumentos a su lista del patrimonio mundial: la Catedral, el Palacio del Tau, la Basílica y la antigua Abadía Románica de Saint-Rémi, reconvertida en Museo de Arte y Arqueología.
Rond-Point Pommery es la entrada a un mundo subterráneo excavado por los bodegueros que extiende sus tentáculos por cientos de túneles. Es el mejor lugar para hacer la primera cata e introducirse en el sabor característico de esta rica provincia.
Abandonando Reims se penetra en las tierras vinícolas del cercano Valle del Marne, donde parece brotar champaña por todas partes. Las lujosas mansiones y las iglesias de la zona han crecido al ritmo de las burbujas. La localidad de Epernay se considera la capital de esta bebida, ya que en su avenida principal se alinean las sedes de las compañías más importantes. Un museo dedicado a la elaboración del célebre espumoso aporta los datos históricos más destacados.
Para tener un punto de vista diferente, vale la pena realizar un breve crucero por el río Marne. Las cepas que tapizan los viñedos se deslizan dulcemente a ambas orillas. En las alturas, la fortaleza de Boursault deja ver sus torteas. Vista desde arriba, la región también es extraordinaria. Las parcelas estriadas de los viñedos se aprecian claramente y los castillos ocultos en los bosques hacen por fin su aparición. Algunos afortunados los espían a bordo de globos aerostáticos que realizan una ruta singular.
El camino hacia Châlons-en-Champagne, capital de toda la región, está marcado por la dolorosa historia de estas amplias tierras que contemplaron encarnizadas batallas en las dos Guerras Mundiales. Cráteres de obús, vestigios de trincheras, memoriales y cementerios recuerdan este triste pasado. Sin embargo, ha conservado el encanto discreto de una ciudad de provincia. Las casas de entramado de madera se codean con viviendas más burguesas hechas de yeso y ladrillos rojos.
La ciudad medieval de Troyes es la perla de la región. La antigua muralla que la limitaba tenía la curiosa forma de un tapón de champaña, lo que fue toda una premonición, ya que todavía no se había inventado. La urbe ha conservado sus casas del siglo XVI, una arquitectura de entramado de madera típica de la campiña champanesa. Las restauraciones que se están haciendo dejan a la vista esta original estructura, rellenada con ladrillos. La Torre del Orfebre y la Casa del Panadero, que conservan las pequeñas poleas con las que se subían las mercancías, son los mejores exponentes de este original estilo. Aquí hay nueve iglesias, cada una de ellas diferente, y varios interesantes museos: Arte Moderno, Farmacia, la Casa de la Herramienta, entre otros.
Esmerado proceso
Al sur de Troyes se encuentra Côte des Bar que debe su reputación al champagne que aquí se produce. Los viñedos cubren las laderas de relieve accidentado. Los visitantes descubren esta tierra de aldeas floridas a lo largo de la Ruta. Sea cual sea la estación del año, siempre hay una lección que aprender de los viticultores, misma que ofrecen con gusto. Una visita a la bodega, seguida de la correspondiente cata, es por tanto ineludible.
En esta zona, unas 25 mil hectáreas de viñedos producen la uva más selecta, la requerida para no saltarse la estricta reglamentación de la denominación de origen de Champagne. Ningún otro espumoso de Francia y del resto del mundo puede llamarse así. Sólo a duras penas pueden mencionar que utilizan el método champagnoise. Del suelo calcáreo brotan las famosas cepas que necesitan para sobrevivir una temperatura media anual de 10 grados como mínimo. Por eso, no hay que extrañarse de que en el paisaje sobresalgan gigantescas aspas de ventiladores que impiden que las viñas se hielen cuando llegan las nevadas.
Dentro de la bodega, lo primero que se comenta es que gran parte de la uva empleada es negra, Pinot Noir concretamente, que es prensada en los anchos lagares con suma delicadeza para obtener un mosto blanco, sin teñirse del rojo de la piel. Las explicaciones continúan con los diversos procesos de elaboración hasta que las botellas llegan a depositarse en un laberinto de túneles.
El milagro de las burbujas forma parte de un proceso natural, debido al clima fresco de Champagne y la corta temporada de crecimiento de la vid. La cosecha se realiza a fines del otoño, con lo cual se obtienen uvas repletas de azúcar, que las levaduras no llegan a convertir totalmente en alcohol. Durante la primavera, el proceso se realiza dentro de la botella, creando burbujas de dióxido de carbono que quedan atrapadas en ella. Luego, en el oscuro frescor adquiere un envejecimiento que suele ser de tres a ocho años. Al salir, extensos paisajes esperan al viajero.
En toda la región, la historia y la naturaleza se entremezclan, el arte de vivir y la gastronomía conforman una filosofía en la que el champagne no es ajeno. Como las burbujas que suben por la copa, un recorrido por estas tierras es siempre sabroso y chispeante.
Todo sobre el champagne
El champagne es una de las bebidas más famosas y consumidas por todos los ciudadanos del mundo. Se venden alrededor de 300 millones de botellas al año, cantidad suficiente para llenar aproximadamente 2.000 millones de copas de champagne. Cada dos segundos se descorcha una botella en algún lugar del mundo.
Es el vino por excelencia de las celebraciones, tanto en bodas, bautizos y comuniones, como en nacimientos, cumpleaños y botaduras de barcos. Es señal de mal augurio que no se rompa la botella al chocar contra el casco, como ocurrió con la del Titanic que permaneció intacta después del violento choque.
Es promiscuo por naturaleza, lo mismo se deja beber «a morro» por un piloto de carreras, que es tragado sin respeto (y casi siempre en vaso de plástico) por los agraciados en las loterías.
El nombre de su inventor, Dom Perignon, ha bautizado la reserva más famosa y cara de la casa Moët et Chandon, dueña desde 1822 de la abadía que vio nacer el invento y parada obligatoria, hoy, en cualquier visita turística a la región.
La botella empleada para los vinos espumosos está diseñada especialmente (Eugene Digby) para resistir la presión generada por el gas carbónico que desprenden las levaduras en su segunda fermentación, por lo que sus paredes son mucho más gruesas.
El período de reposo de una botella de champagne varía desde los 15 meses (periodo mínimo reglamentado para los vinos jóvenes), hasta casi una década en los Krug. Durante meses se da el “golpe de puño” (para despegar los posos) y son colocadas sobre unos pupitres agujereados, con el tapón inclinado hacia el suelo. En esta nueva ubicación reciben un removido en el sentido de las agujas del reloj y en el inverso de forma alterna, a la vez que van inclinando su posición, este proceso dura unos 21 días en España, y casi el doble en Champagne. Un buen especialista puede girar unas 14,000 botellas al día.
Antes de abrir una botella, hay que sujetarla con un trapo limpio, para evitar que resbale. Primero se quita el papel o aluminio que cubre el cuello de la botella; y luego la «malla» o alambre que recubre el corcho. Se sujeta el corcho y se va girando lentamente sin cambiar la dirección de giro, para evitar que el corcho se rompa. Nunca debe dejarse salir solo.
Como es una bebida que se toma muy fría (entre 5º-8º), no se llenan demasiado las copas para evitar que pierda este grado de frescura. La copa deberá ser tipo flauta, descartando las copas planas y anchas.
Más información: Sitio oficial del Comité Champagne