Los romanos bautizaron a esta tierra como Abula y también Oppídum o ciudad de los Vettones. Una escapada a Ávila permite disfrutar de todos los encantos de esta ciudad Patrimonio de la Humanidad y penetrar en los secretos de una cultura casi desconocida.
Hace 2 mil 500 años vivían en las tierras que hoy ocupan Ávila y Salamanca y también parcelas de terreno de Zamora, Toledo, Cáceres y zonas de Portugal, un pueblo al que los romanos, siglos más tarde, denominaron Vettones.
Formaban parte de la gran familia de los celtas que ocupaban buena parte de la Europa de aquellos tiempos y que, según Herodoto, cubrían “desde las fuentes del Alto Danubio a más allá de las Columnas de Hércules”. Sus primos hermanos más próximos, según Estrabón y Plinio, eran los célticos y lusitanos, y también los carpetanos, oretanos, vacceos…
Pero sobre los Vettones y su cultura, sobre su tierra La Vetona, sus ritos y modos de vida, poco se ha sabido. Sus símbolos más populares son esas esculturas en piedra que representan toros y cerdos, conocidos como verracos y cuyos más ilustres representantes son los populares toros de Guisando.
Tal vez la falta de información sobre esta cultura, y el carácter entre mágico, religioso e incluso esotérico de los verracos, ha hecho que el mundo de los Vettones haya permanecido durante mucho tiempo en las tinieblas de la ignorancia, cuyo momento de máximo esplendor se desarrolló entre los siglos IV y II a.C. en el entorno del valle medio del Tajo.
Este pueblo, vivía en ciudades que recibían el nombre de castros, estaban amuralladas y situadas en zonas de fácil defensa. Las casas del castro eran de piedra, de una sola planta, con techos de ramas, madera o barro.
Era una comunidad guerrera, amante de la independencia y austera. Se dedicaban a la ganadería y a cultivar de cereales los campos que rodeaban el castro. Los Vettones adoraban al sol y a la luna; y algunos historiadores creen que también rendían culto a los animales, sobre todo al toro. Incineraban a los muertos antes de enterrarlos es sus necrópolis, junto a algunos elementos vinculados a su vida: vasijas, armas, adornos, objetos de los hogares, etc.
Magna exposición
La muestra “El descubrimiento de los Vettones” que se presentó en el Torreón de los Guzmanes de Ávila, sede de su Diputación Provincial, pretende arrojar un poco de luz sobre esta misteriosa cultura. La exposición reúne los fondos que ha cedido el Museo Arqueológico Nacional y se une a la muestra permanente “Vetona, cultura y naturaleza”, que explica a los abulenses y a los visitantes de otros lugares, los secretos de sus más lejanos tatarabuelos.
De este modo, se sigue el camino iniciado con el espectacular montaje “Celtas y Vettones” que organizó Ávila en 2001 y que fue acogida como una de las más grandes exposiciones internacionales dedicadas al mundo celta.
La muestra rindió también homenaje a quienes participaron en la definición de la cultura vettona desde finales del siglo XIX hasta mediados del XX y cómo lo hicieron. Los materiales seleccionados proceden, unos pocos, de las colecciones decimonónicas de Rodríguez y Rotondo, y la mayoría, de las excavaciones que realizó Juan Cabré Aguiló con la ayuda de su hija Encarnación, y otros expertos como García Cernuda o Molinero.
A través de una cuidada selección de objetos, con sus decoraciones y manufacturas de caracteres originales, se puede identificar una de las importantes culturas prerromanas y diferenciarla de otras coetáneas.
Se han distribuido las piezas, que superan el centenar, en nueve apartados temáticos referidos a los protagonistas del descubrimiento y los primeros materiales que conocieron; a los pobladores que antecedieron a los Vettones en el mismo área geográfica y a datos de la vida cotidiana, económica, social y religiosa de los Vettones.
Turismo arqueológico
El conocimiento de esta cultura no sería completo sin visitar «in situ» los lugares en que vivieron y los restos que han dejado. Los organizadores de la muestra han creado varios interesantes itinerarios por los principales castros vettones de la provincia de Ávila que permiten ver uno o varios castros seleccionados.
Entre los de mayor interés y mejor señalizados y acondicionados, están: Las Cogotas, Ulaca, La Mesa de Miranda, El Raso; junto a ellos, cabe recomendar la visita a algunos “verracos” o esculturas de toros y cerdos que marcaban y protegían los poblados y prados de los Vettones, entre los que destacan los conocidos “Toros de Guisado”.
La finalidad de esta idea es que la exposición “El descubrimiento de los Vettones”, además de ofrecer una completa visión de los más diversos aspectos de su mundo y su cultura, permita conocer y familiarizarse con los castros y los paisajes celtas originarios, conservados en parajes de singular belleza. Este turismo arqueológico, unido al disfrute del medio ambiente natural y a la buena gastronomía y la hospitalidad de las áreas rurales, constituye un trinomio que permite disfrutar de un turismo cultural de la más alta calidad.
Un buen comienzo de la ruta puede ser el antiguo castro de Ulaca (Villaviciosa-Solosancho), que debió ser uno de los más importantes. Según el historiador Gutiérrez Palacios, Ulaca habría sido “la mayor ciudad celta conocida de Europa”. El castro de Ulaca está situado sobre una pequeña colina que presenta dificultades para ser atacada; tiene cerca un arroyo que le permite abastecerse de agua y los ricos pastos del Valle Amblés para el ganado.
Ocupa un alto monte granítico a más de mil 500 metros de altura, cuyo acceso exige una hora de marcha por un camino de montaña en ocasiones empinado. Desde su cumbre se divisan amplias vistas en todas las direcciones, en especial hacia el norte, pues domina todo el Valle Amblés cruzado por el Río Adaja, y hacia el sur, donde se alza la majestuosa mole de la Sierra Paramera.
Seguramente sería un santuario colectivo que, ante la presión romana, se fortificó y convirtió en una impresionante ciudad fortificada, que parece haberse abandonado hacia el 72 a.C., probablemente a consecuencia de las Guerras Sertorianas.
Ofrece más de 60 hectáreas de superficie, con diversos recintos cerrados por importantes murallas de más de 3 mil metros de perímetro, aunque bastante arrasadas. Su interior conserva cimientos de numerosas casas y algunos monumentos muy singulares, como el “Altar”, labrado en un canchal de granito con escalones orientados hacia la Sierra de la Paramera, la “Fragua”, seguramente restos de una sauna ritual tallada en la roca, el “Torreón”, conjunto de grandes sillares pertenecientes a un gran edificio público levantado junto a la fuente principal del poblado, y varias canteras prerromanas que todavía conservan in situ parte de los sillares tal como fueron arrancados.
El castro de “La Mesa de Miranda”, está situado en Chamartín de la Sierra, en cuya plaza se conserva un hermoso verraco. Se encuentra a 22 kilómetros por la carretera AV-110, que parte de Ávila hacia el oeste paralela a la Sierra de Ávila por su vertiente norte. A él se llega por un camino de unos 4 kilómetros que se dirige hacia el norte. De todos los castros de Ávila, es el que mejor conserva sus murallas, de más de 2 mil 800 m de perímetro, que forman un triple recinto de unas 30 hectáreas de superficie y, además, ha sido recientemente organizado para su visita.
Es impresionante el acceso al tercer espacio, desde donde se puede caminar hasta la puerta sureste del Recinto I, ante la que se conserva el foso semienterrado y magníficas áreas de piedras hincadas para dificultar los ataques. El recorrido hasta el extremo norte del castro permite apreciar su estratégica situación protegido por dos profundos valles y controlando el paso a la sierra desde las llanuras del Duero.
Los toros de Guisando
Las esculturas de animales en piedra, popularmente conocidas como “verracos”, aunque tanto pueden ser cerdos como toros, constituyen una de las más originales creaciones del arte celta.
De ellas se conocen más de 400 ejemplares extendidos por Ávila, Salamanca, Zamora, Cáceres y el norte de Portugal. El conjunto más famoso, ya citado en El Quijote, es el de los “Toros de Guisando”. Lo forman cuatro bellas esculturas de toro de dimensiones considerables, pues miden más de 2.5 m de largo, situadas en un amplio prado en el camino natural de Ávila a Toledo, en el término de El Tiemblo.
Las esculturas, labradas en granito, aparecen alineadas con sus cabezas hacia el oeste, ofreciendo alguna de ellas agujeros para insertar los cuernos y suaves surcos paralelos para indicar los pliegues del cuello. Seguramente serían imágenes indicadoras y protectoras mágicas de los prados situados en sus contornos. Su cronología puede establecerse en los siglos IV-III a.C., aunque una de ellas muestra en el lomo una inscripción romana.
Para reponer fuerzas
La ruta de los Vettones y todos los otros itinerarios que pueden emprenderse en Ávila y su provincia abren el apetito. Pero no hay que preocuparse, se está en una tierra que tiene tradición de alimentar el espíritu, siguiendo a sus santos místicos, pero también el cuerpo con su variada gastronomía.
Basada fundamentalmente en los productos agrícolas y ganaderos que le aporta una provincia caracterizada por la diversidad geográfica y climática, la cocina abulense debe mucho al legado heredado de la convivencia de las tres culturas: islámica, hebrea y cristiana. Así Ávila ofrece al buen yantar un nutrido grupo de platos típicos de enorme prestigio.
Como entrante de una buena comida nada mejor que un buen plato de entremeses con productos de la matanza como el lomo y el chorizo de olla, para continuar con las afamadas judías del Barco de Ávila, con denominación de origen, o los garbanzos de la Moraña, origen y fundamento del apreciado cocido moragueño. Un primer plato más ligero puede conseguirse con las posibilidades que ofrecen verduras y hortalizas, ya sean judías verdes, cebollas rellenas, repollo al ajo arriero o pimientos rellenos. Típicas son también las patatas «revolconas», cocidas y machacadas que se aderezan con pimentón y torreznillos.
Carnes asadas, fritas, a la plancha o a la brasa constituyen buena parte de la cocina abulense. La ternera de Ávila de raza Avileña, con denominación de origen, ofrece la posibilidad de degustar el afamado chuletón. Pero en el menú también tiene cabida el cochinillo o tostón asado, el cabrito y el cochinillo cochifrito, el cordero asado y la caza.
Quienes prefieran pescado, el Alberche y el Tormes aportan la riqueza de sus truchas, que fritas, al horno o escabeche colmarán el paladar más exquisito. La repostería es también rica y variada, de todos los postres el más conocido son las yemas, pero no hay que olvidarse de las torrijas, amarguillos, huesitos, natillas, empiñonados o las diferentes tartas.
Más información: Turismo Castilla y León