Leyenda andina
Hubo una época muy lejana en que la tierra sólo conocía una estación: el invierno. El frío era intenso, la nieve cubría llanos y montañas y las plantas no tenían colores: eran rugosas y opacas.
Cierta vez los hombres partieron en busca de alimentos, que tanto escaseaban, y las mujeres se quedaron cuidando el fuego. El cielo estaba oscuro, presagiaba tormenta. Y así fue. Un trueno y luego, el viento y la nieve.
Los días pasaban y los hombres no regresaban. Los niños lloraban por sus padres y los abuelos por sus hijos. Las mujeres trataban de mantener la calma.
Perdido en la nieve
Una madrugada, cuando casi todos habían perdido las esperanzas, aparecieron en el horizonte los hombres. Extenuados, muertos de frío, no podían contar las penurias que habían pasado en las cumbres. Pero había algo…algo que no podía dejar de contarse. No traían con ellos a Sumac, un adolescente valiente y noble, que se había perdido en las nieves.
La madre de Sumac, desesperada, corrió a la montaña mientras sus pies se enterraban en la nieve. Se escuchaba su voz llamando a su hijo: «¡Sumac, ¡Sumac!» Y así se perdió de la vista de todos.
Avanzó hasta quedar rendida. Entonces oyó la voz de Sumac. La desesperación agudizó su ingenio y pudo rescatar al muchacho a punto de morir. Entonces escuchó una voz. El viento le habló, diciéndole: «Sube con tu hijo a la montaña más alta y toca el cielo…»
Hacia la cima
La madre, con Sumac en brazos, ascendió de una montaña a otra, y a otra más, pero el cielo estaba siempre más alto…El viento insistía: «Sube con tu hijo a la montaña más alta y toca el cielo…»
De pronto, un remolino la envolvió dejándola en la cumbre de un cerro altísimo. La mujer, cayendo de agotamiento, tocó las nubes que se abrieron como un gran cortinado. Un trozo de cielo del más puro color celeste se fue agrandando. De él brotaron los rayos de un sol radiante, y deslizándose por ellos bajaron pájaros que poblaron la tierra, mariposas multicolores llegaron hasta las flores que acababan de nacer…
Luz de primavera
El viento se transformó en suave y tibia brisa, se deshizo la nieve y el agua cristalina corrió en cascadas juguetonas.
Sumac volvía a la vida mientras su madre alzaba los brazos al cielo agradeciendo a Inti, el dios de sus antepasados, el milagro de la primavera que nacía.
Cuentan que desde entonces después del invierno llega la primavera como madre amorosa, para poner su nota de calor, belleza y colores en los campos helados de la tierra.