Viajar por México es una experiencia maravillosa, aún para quienes tenemos la suerte de haber nacido en esta tierra. Con mayor razón lo es para quien, por vez primera, se encuentra frente a frente con la belleza escénica de nuestras playas, montañas, riquezas arqueológicas y qué decir del paisaje agavero de Tequila, Jalisco, que parece derramar el zumo del agave azul por las laderas adyacentes a las carreteras de la zona de Tequila, donde uno puede mirar una y mil veces la forma en que sus tonos se funden a lo lejos con el cielo.
No por nada, tras más de cuatro años de trabajo, el 12 de julio de 2006, el Comité del Patrimonio Mundial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), en su reunión anual en Lituania, designó al paisaje agavero de la región, que ocupan las poblaciones de Tequila, Amatitán, El Arenal, Magdalena y Teuchitlán –incluyendo a su zona arqueológica- como Patrimonio Cultural de la Humanidad, junto con las haciendas tequileras y algunas tabernas que en tiempos de la colonia funcionaron como destilerías clandestinas.
Las 116,000 hectáreas designadas nos dan una idea de la riqueza de estas tierras, que le dan vida a la más tradicional de nuestras bebidas; su nombre, lo recibe de una de las poblaciones de la región: Tequila, Jalisco, cuyo nombre proviene del náhuatl Tecuilan o Tequillan, cuyo significado toponímico es “lugar de tributos”. De Tequila, fueron designadas como Patrimonio de la Humanidad 34 mil 658 hectáreas, entre el pie del Volcán Tequila y el profundo cañón del Río Grande.
La geografía del lugar, con toda su llamativa diversidad de escenarios, es acentuadamente heterogénea: a orillas de los ríos Santiago y Chico la altura marca 700 metros sobre el nivel del mar (msnm); al sur del municipio se registran hasta 2,900 metros; en la parte norte llega a los 1,800 metros y al este, en la Sierra de Balcones se hallan alturas hasta de 2,300 msnm. Esto, colabora con el atractivo del lugar y permite que sus planicies agaveras luzcan en todo su esplendor el verde azul de sus hojas.
Desde luego, el ya mencionado paisaje agavero es uno de los principales atractivos para el turista tradicional, el ecoturista, el turista arqueológico y en sí para todos sus visitantes; sin embargo, no es el único. Qué ver en este pueblo prodigioso sobra por todas partes: templos como los de Santiago Apóstol y el del Señor de los Desamparados llaman la atención por su arquitectura, el primero por sus columnas dóricas combinadas con realces de cantera y el segundo, por su típica construcción del siglo XVIII, de la que su arquitecto, el alarife Martín Casillas, fue un destacado representante.
Atractivos que visitar en Tequila
Tequila tiene mucho que ofrecer, y entre lo que no se puede dejar de conocer está Mundo Cuervo, perteneciente a la afamada tequilera que lleva ese nombre, la Quinta Sauza y la Fábrica La Perseverancia, en la que puede admirarse un gigantesco óleo de Gabriel Flores, alusivo al arte de la fabricación del tequila. En todos estos lugares se puede conocer el proceso de la fabricación del tequila.
Recorriendo las calles de este pueblo mágico, nos encontramos con monumentos como el de Juárez, el de Hidalgo y por supuesto el de los Héroes de Tequila, todos de sumo atractivo por su singular estructura.
Otro sitio qué visitar son, el MUNAT, Museo Nacional del Tequila, donde se pueden conocer las antiguas moliendas para hacer el tequila, miles de envases del mismo y toda sus historia y proceso de producción.
También se puede ir al Templo de Santiago Apóstol, obra del famoso alarife Martín Casillas; a la Quinta Sauza con sus jardines y fuentes de cantera; a la Plaza Principal donde está la Presidencia, que se puede ver desde sus jardines, sentado en una banca frente al kiosco; igualmente hay que visitar la estatua del Jimador que está a la entrada del pueblo y la Capilla de los Desamparados, a la que se le considera como el primer centro evangelizador en la zona de Jalisco.
Como todo México y particularmente Jalisco, Tequila es un lugar donde las fiestas son múltiples y amenas, amasadas con una mezcla de fervor y alma bravía, destinadas igual a su bebida que a su santos, cultivadas con la misma dedicación que el jimador corta la piña del agave para que emane de ella el zumo que será destilado para un día ser un tequila, pero siempre con la vocación incansable de perpetuarlas a través de las generaciones. Así, se celebran La Feria Nacional del Tequila, del 29 de noviembre al 13 de diciembre y las fiestas patronales; el 8 de diciembre la de Nuestra Señora de la Purísima Concepción y el 12, con especial fervor, la de la Virgen de Guadalupe.
Tierra de tradiciones es y como tal, nos asombra con algunas de ellas: Todos los días, a las nueve de la noche, el sacerdote de la parroquia del pueblo sale al atrio mientras que suenan tres campanadas; entonces, dirige su bendición a toda la localidad. Se suspenden música, bailes y algarabías y todo mundo voltea de pié hacia el recinto sacro, esperando les llegue la señal que en el aire traza el cura y que les dará protección y cuidados desde los cielos.
Más no sólo la religión tiene ese toque místico en este mágico pueblo. Es tradicional el Día de los cantaritos, cuando la familia sale al campo, principalmente a la Loma de la Virgen, la Loma de la Santa Cruz de la Villa, el arroyo de Los Jarritos, el cerro de Tequila y las orillas de la carretera internacional. Ahí juegan con cántaros de barro llenos de piedritas que con el bullicio y movimiento se van rompiendo, mientras las más de las muchachas visten de color rojo, emulando a las garrapatas del campo.
En Tequila todo es honesto y leal, como lo reza su lema en el escudo de armas: “alma grata y noble”, pero también hay lugar para la superstición, y cómo no, si su corazón es arraigadamente mexicano, místico y lleno de magia. Así, por las tardes es común oír a las personas, contando en las banquetas fuera de sus casas, las leyendas de Don Cenobio Sauza, que vendió su alma al diablo; la del “dragón dormido” del atrio de su templo, que produce fuertes corrientes de aire con su respiración bajo la loza, o la de Fray Juan Calero, que a cambio de evangelización recibió la muerte por parte de los naturales de la zona.
Como todo Jalisco, Tequila es rico en gastronomía, destacando el pozole, la birria y las enchiladas, que se venden en las pozolerías o cenadurías del pueblo y que dejan a todos con un sabor a provincia y a buena ley, como son los llamados charros de la entidad.
Quizá el espíritu de este pueblo multicolor, la fuerza de sus jimadores, esos hombres de trabajo y la dulzura de la mirada de sus mujeres, la transmitió a la bebida que orgullosamente lleva su nombre a todo el mundo; por ello es este un licor con reciedumbre y a la vez suave, por lo mismo no engaña ni te envenena, te alegra y puede llevarte hasta perder la razón, pero siempre con la certeza que te da la honestidad de su origen; por ello hay que tomarlo “derecho”,con su limón y salecita, mantener el “caballito” de vidrio en la mano, brindar con los amigos de verdad y tomarlo casi como una eucaristía profana, en la que compartimos parte de esta tierra con paisanos y turistas, con familia y allegados, siempre viendo reflejado en él al pueblo que lo bautizó, mágico, tradicional y fiel, ejemplo digno de cómo somos los mexicanos.
Tequila es uno más de nuestros Pueblos Mágicos y una noble tradición de Jalisco; un sitio que no se puede dejar de visitar.
Más información: Descubre Tequila