Un hombre llamado Jappán quería ser el favorito de los dioses. En su intento abandonó a su esposa Tlahuitzin, a su familia y todos sus bienes materiales. Comenzó su vida de ermitaño en el desierto. Una vez ahí, permaneció día y noche entregado a la devoción.
Virtudes a prueba
Los dioses quisieron poner a prueba su virtud y ordenaron al demonio Yaotl -el enemigo- que lo tentara y lo castigara si se rendía. Yaotl le ofreció las criaturas más hermosas para hacerlo bajar de la alta roca donde se había instalado, pero todo fue en vano.
Tentaciones de una diosa
La diosa Tlazolteaotl, interesada en aquel juego, se presentó ante Jappán, que al ver su hermosura quedo turbado. Entonces ella le dijo:
-Hermano Jappán, maravillada por tu virtud y conmovida por tus sufrimientos, quiero reconfortarte ¿cómo puedo llegar hasta a ti para hablarte más cómodamente?
El ermitaño sin darse cuenta de la trampa que le tendía, bajó de su roca y ayudó a la diosa a subir a ella. Al hacerlo, la virtud de Jappán desapareció y enseguida llegó Yaotl, quien a pesar de todas sus súplicas, le cortó la cabeza.
Gracia divina
Los dioses lo transformaron en escorpión y avergonzado se escondió bajo una piedra. Luego Yaotl fue a buscar a la mujer de Jappán, Tlahuitzin, y la llevó junto a la piedra donde estaba escondido su marido. Le contó lo que había sucedido y también le cortó la cabeza.
Uniéndose a su marido bajo la roca, lloraron juntos y después dieron nacimiento a escorpiones de diferentes colores.
La diosa Tlazolteaotl consideró que Yaotl se había excedido en su misión y bajo su gracia divina los transformó en saltamontes, dándoles una segunda oportunidad de integrarse a la naturaleza y vivir con dignidad.